martes, 15 de septiembre de 2009

RECIPROCIDAD O NEPOTISMO

¿Tiene algo que ver el nepotismo con la reciprocidad de que habla M. Mauss en su ensayo sobre el Don? Esta es una pregunta de difícil contestación, como todas las que afectan a múltiples culturas. La reciprocidad, en algunos pueblos, estaba basada en saber dar, recibir y devolver. Esto aparentemente se hace una manera voluntaria, pero en el fondo encierra ineludibles compromisos sociales (so pena de verse excluido del grupo). Algunos han querido ver en el intercambio de regalos navideños de la cultura occidental una supervivencia de este sistema. En realidad no cumple los requisitos que estableció Mauss como hecho social total. Yo, en mi ignorancia, he querido ver la persistente presencia del nepotismo y el enchufismo como una pervivencia de esta reciprocidad. Muchos de los artefactos o constructos sociales que se expresan a nuestro alrededor son restos o pervivencias de otros que han perdido su función o razón de ser con el paso del tiempo, pero que misteriosamente han sabido reconfigurarse para seguir estando presentes en muchas sociedades y/o culturas. La fuerza de los sistemas de parentesco en las llamadas culturas “antiguas”, han sabido trasladar su foco ante nuevas realidades sociales y readaptarse ante las nuevas situaciones creadas desde la revolución industrial hasta los últimos procesos de globalización. El nepotismo es, en este sentido, un ejemplo claro. Una vez perdida la alegría de repartir de los “potlach” de los indios del noroeste americano, ha quedado en la sociedad contemporánea sustituida por la omnipresente institución del Estado, que ha pasado a realizar estas labores de redistribución. El problema es que el Estado democrático es una creación moderna que implica la superación de fases anteriores y teóricamente atiende a otros criterios más objetivos que no aquellos basados simplemente en la afinidad o la alianza microgrupal. Pero como la cabra tira al monte, algo que se sabe a muy ciencia cierta por los investigadores más prestigiosos de todas las universidades norteamericanas, e incluso del resto del mundo, pues los humanos nos empecinamos en seguir favoreciendo a nuestros parientes y amigos, saltándonos las reglas de un sistema que debería de atender a otras pautas de funcionamiento. La constatación de que las sociedades contemporáneas democratizadas y globalizadas están muy lejos de tener un funcionamiento, no ya perfecto, sino medianamente razonable hace que para muchos sigan siendo lícitos este tipo de comportamientos. Los lazos sociales siguen verificándose en la corta distancia, lo que se corresponde con el mundo realmente percibido, que sigue estando muy lejos de ese otro mundo intuido a través de los “mass media” que nos colmatan el entendimiento ante la imposibilidad de su procesamiento. Dar o enchufar, recibir o aceptar el cargo, y devolver el favor si llega el caso es parte de ese hecho social total que siguen siendo nuestros microentornos relacionales que siguen verificándose, normalmente, en el ámbito de la familia y las amistades. Se crea así un colchón de seguridad a nuestro alrededor que puede amortiguar los golpes que nos depare el futuro. No creemos en los grandes principios de la “meritocracia”, que se nos atoja caprichosa y contaminada por los mismos principios que todos, o muchos, practican (mos) en el día a día, consciente o inconscientemente. Evidentemente este también es un problema de grado. Desde el escandaloso continente africano hasta la supuesta racionalidad nórdico-anglosajona, pasando por lugares como España donde parece ser un elemento finisecular de nuestra cultura, que nos regodeamos en conservar. Eso sí, por si acaso.

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