lunes, 24 de mayo de 2010

MUERTE Y REENCARNACIÓN EN UN COWBOY, DE RODRIGO GARCIA

“Muerte y reencarnación de un cowboy” no es la historia de la muerte y la reencarnación de nadie. Es más bien el ciclo vital de cualquier persona. De todos nosotros. Se inicia con el parto-nacimiento apoyado en una video-instalación, y acaba de la misma manera con la muerte por cuidados paliativos de un croissant. Entre medias asistimos a las tres fases fundamentales de la ontogenia humana. La infancia transcurre entre el juego y la lucha de nuestros dos protagonistas, que se materializa en la distorsión abrumadora de unas guitarras eléctricas que saturan la escena. La juventud continúa con el ruido abrumador del sexo y del toro mecánico que no podemos controlar. Y con la plenitud llega la palabra. Una palabra lúcida que en boca de nuestros cowboys resuena ahora relajada y reflexiva. La estridencia sonora y perceptiva se torna ahora conceptual y estalla en nuestras cabezas ante la evidencia de la estupidez del mundo que habitamos, y del que formamos parte.


Rodrigo García utiliza en sus propuestas todo un conglomerado de recursos que tienden a convertir la escena en un espacio aparentemente caótico donde cualquier cosa, lo más inverosímil, puede suceder. La concatenación lógica de los acontecimientos no es el motor de las acciones. Estas responden, más bien, a impulsos primarios. A sensaciones de todo tipo que se imbrican en el devenir de una fábula no explicitada que debe de construir el espectador. Los signos o señales son múltiples y de variada procedencia. La problemática de este tipo de espectáculos viene de su decodificación. Si una obra de arte necesita de la transfiguración de todos los espectadores en Derrida o Levi-Strauss, esta obra tiene un problema importante de recepción. Y este es uno de las cuestiones palpitantes relativas a cierto tipo de arte.

Sin embargo, muchas de estas propuestas se presentan como cercanas al mito y/o al rito. El teatro de Rodrigo García también recibe estos adjetivos. Lo que nunca debemos olvidar es que el rito y el mito son actos compartidos por la comunidad. Es verdad que muchas veces comunican hechos inefables, pero para su verificación es necesario un sentido de “comunitas” que no se establece por el simple hecho de asistir a un espectáculo.

La decodificación de esta obra de Rodrigo García no necesita de ningún proceso deconstructivo, ni de la posesión de ningún conocimiento previo extraordinario. Viene exclusivamente por vía de conectar lo sensorial con lo conceptual. De establecer vías de diálogo propio entre lo sugerido y lo proferido. Estas relaciones no son unívocas, ni de uno a uno, sino que suponen un procesamiento de la información de nivel elemental, pero que nadie puede realizar por el espectador. Debe de ser este quién realice ese, llamémoslo así, esfuerzo, para ligar los diferentes materiales.

Porque “Muerte y reencarnación de un Cowboy” no habla de cosas extrañas, ni de teorías cuánticas, de ni de procesos gnoseológicos. O tal vez también hable de todo esto. Eso dependerá de nuestra recepción. Pero lo que plantea es un nivel primario de relaciones humanas. Tan primario que refleja nuestra propia transfiguración en cowboys de pacotilla. Donde lo simple, por absurdo, se ha convertido en el motor de nuestras propias vidas. Y donde la palabra, aunque sea en el último momento, es el único instrumento que tenemos para poder racionalizar nuestra existencia. Y esto supone ser capaz, como dicen nuestros cowboys, de percatarnos que hasta la risa se ha convertido en una convención. Y ya sabemos que en el teatro todo es convencional.

Para terminar me gustaría indicar algunos de los elementos utilizados por Rodrigo García en esta propuesta, para hacernos una idea de la multiplicidad de elementos que convergen en escena: un toro mecánico que montan nuestros cowboys, guitarras distorsionadas que patalean los protagonistas, una habitáculo de madera oculto a la vista del público donde lo que sucede solo es accesible mediante filmación en directo y proyección en pantalla gigante, una docena de pollitos vivos que revolotean por ahí y que conviven en un receptáculo de cristal con un gato (aunque separados prudentemente) piando sin cesar durante toda la parte hablada, un tío que se mete en pelotas literalmente dentro del traje de otro, una falsa geisha que baila country con dos cowboys enloquecidos y en pelotas (estos últimos), una bonita reflexión sobre el amor que se profesa una pareja según lo que hagan al reencontrarse (solo tendrán una mínima perspectiva de futuro si follan inmediatamente, ya que cualquier otra cosa será expresión de que su amor terminó, o terminará pronto), etc. etc.

MUERTE Y REENCARNACIÓN DE UN COWBOY
UNA PROPUESTA DE RODRIGO GARCIA
23-5-2010
MATADERO. NAVES DEL ESPAÑOL MADRID.
INTERPRETES: JUAN LORIENTE, JUAN NAVARRO Y MARINA HOLSNARD.
UNA PRODUCCIÓN DEL TEATRO NACIONAL DE BRETAÑA-LA CARNICERÍA MADRID.