lunes, 30 de abril de 2007

TORPEZA

Los hay torpes, muy torpes y extremadamente torpes. Esta categorización de las habilidades personales o sociales es totalmente arbitraria. No se es totalmente torpe en todo, igual que es imposible ser totalmente hábil en todo. Es una cuestión de gradaciones, percepciones, interacciones, puntos de vista o, simplemente, estados de ánimo.

Torpeza según el diccionario de la RAE es la cualidad del torpe, es decir: 1. adj. Que se mueve con dificultad. 2. adj. desmañado. 3. adj. Rudo, tardo en comprender. 4. adj. Deshonesto, impúdico, lascivo. 5. adj. Ignominioso, indecoroso, infame. 6. adj. Feo, tosco, falto de ornato.

Aplicando esto a mi persona, salta a la vista que no me muevo con dificultad. Soy algo rudo, es verdad, pero creo que soy presto en comprender. Deshonesto decididamente no, impúdico y lascivo lo acepto de grado. Ignominioso, indecoroso o infame lo dejo para mis enemigos. Feo, no lo niego si alguien se empeña, tosco lo admito, y falto de ornato lo niego. Me queda desmañado, que es falto de maña, destreza o habilidad. Aquí puede que resida el asunto. En una falta, ausencia o carencia individual. De torpezas está el mundo lleno, aunque esto no sea disculpa de nada. Lo reconozco. Soy un desmañado.

miércoles, 25 de abril de 2007

SINDROME DEL PIEL ROJA

Peter Pan se tragó un bote de pastillas porque no podía soportarse a sí mismo.
Campanilla se fue volando a buscar otro Peter Pan.
El capitán Garfio acabó como un vagabundo alcoholizado.
Pepito Grillo era un ímbecil.
Los padres dudan entre vivir la vida de sus hijos o enseñarles lo que es la vida.
Los niños anhelan hacerse mayores, a su manera.
El poeta murió soñando con vivir en su infancia.
La musa está harta de mirarse y no verse a sí misma.
El dictador hizo realidad los sueños de su infancia.
Las putas nunca fueron niñas.
Los homosexuales no sé si cambiarían su niñez.
El funcionario vive en una permanente guardería.
El policía no sabe porque siempre le toca vigilar.
Los políticos no pueden jugar a ser niños.
Los monstruos no querían asustar a los niños.
No todos los viejos piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Las estrellas del rock no pueden hacerse mayores.
Los locos se hacen los niños.
Los rojos ya no creen en utopías.
Los fachas no quieren saber lo que es la utopía.
Algunas mujeres ya no esperan al príncipe azul.
Los metro-sexuales no sé si existen.
Los altramuces viven en líquido amniótico.
El cordero lechal es devorado en su más tierna infancia.
Yo también quería ser un piel roja.

lunes, 23 de abril de 2007

TRAICIÓN

(ESCENA APÓCRIFA PARA LA OBRA HOMÓNIMA DE HAROLD PINTER)

2007. Venecia. Cae el sol de media tarde. Terraza de un restaurante en Torcello. Emma y Jerry tienen alrededor de 70 años.

EMMA. Han pasado treinta años.
JERRY. Treinta años.
EMMA. Desde la última vez.
JERRY. Desde la Última vez que nos vimos.
EMMA. No has cambiado.
JERRY. Ojalá. Tú tampoco.
EMMA. Adulador.
JERRY. A mis años.
EMMA. A tus años.
JERRY. Y los niños.
EMMA. ¿Niños?
JERRY. Tus hijos.
EMMA. Ya son demasiado mayores.
JERRY. ¿Tienes nietos?
EMMA. ¿Y tú?
JERRY. También.
EMMA. Como pasa el tiempo.
JERRY. Ni que lo digas.
EMMA. ¿Ya no bebes?
JERRY. Ya nada de nada.
EMMA. Normal.
JERRY. Normal. ¿Y tú?
EMMA. Yo ¿qué?
JERRY. Que cómo estás.
EMMA. Bien, bien. Tirando.
JERRY. Parece mentira.
EMMA. ¿Qué?
JERRY. Estar aquí. En Torcello. Contigo.
EMMA. Sí, parece mentira.
JERRY. En otro tiempo habría dado la vida…
EMMA. No hace falta que mientas.
JERRY. Lo digo en serio.
EMMA. ¿Y porqué no lo hiciste?
JERRY. Soy un cobarde.
EMMA. Todos somos cobardes.
JERRY. Para lo que queremos. Para engañar a Robert no fuimos cobardes.
EMMA. Engañar es fácil.
JERRY. Pobre Robert.
EMMA. Tu más antiguo y mejor amigo.
JERRY. Que en paz descanse.
EMMA. Como descansaremos todos.
JERRY. Yo nunca me lo perdoné.
EMMA. Yo nunca le perdonaré.
JERRY. Judith siempre decía que Robert era un culo de mal asiento.
EMMA. Pobre Judith. Tu mujer siempre fue una...
JERRY. Una mártir.
EMMA. Siempre lo supo.
JERRY. No. Eso no es verdad. Me aguantó toda la puñetera vida. Pero nunca desconfió de mí.
EMMA. Hay cosas que las mujeres siempre sabemos.
JERRY. Tú siempre supiste lo de Robert.
EMMA. ¿Qué iba con otras mujeres? Por supuesto.
JERRY. ¿Y?
EMMA. Por eso me separé.
JERRY. ¿Y Judith?
EMMA. Ella era una mujer más abnegada que yo.
JERRY. Que tú.
EMMA. Más abnegada.
JERRY. Torcello. Torcello.
EMMA. En la imaginación.
JERRY. Amén.

(A propósito de "Traición" de Harold Pinter, vista en la Sala Guindalera de Madrid)

martes, 17 de abril de 2007

CHISMORREO

Por ahí se dicen muchas cosas. Se oye de todo. Verdades, mentiras, exageraciones, ridiculizaciones, deformaciones, transgresiones, loas, y hasta denigraciones. El chismorreo es tan antiguo como la humanidad. De hecho, su necesidad puede haber sido una de las inductoras en el nacimiento del lenguaje hablado (y escrito). En la actualidad parece que no cuenta con muy buena prensa en los medios serios o intelectuales, mientras que los “mass media” han hecho del cotilleo el estandarte de la cultura popular.
Probablemente el hecho de saber de los demás, es en sí mismo parte de la sociabilidad del ser humano. El problema puede venir del lugar en el que radica la información que deseamos obtener. La división entre lo público y lo privado ha decaído en occidente en una vaga zona caracterizada por la relatividad social que está instalando la globalización. Valores y símbolos se cocinan al gusto en la única perspectiva de la obtención del rápido beneficio. El objeto mismo del chismorreo, el ser humano, ya no es tal. Es un producto liofilizado y pasteurizado creado ex profeso para alimentar y saciar la voracidad de consumidores insaciables.
Pero este alejamiento del objeto (sujeto) a escrutar no ha eliminado a los sujetos reales que nos rodean. Siguen estando ahí. Es posible que la permisividad social haya desplazado el foco de atención al relajarse los lazos internos de solidaridad. El individualismo, paradójicamente, hace menos atractivos a los otros individuos ante la preponderancia del yo. Nuestros vecinos, parientes y amigos siguen siendo objeto del cotilleo, pero nuestra superioridad, en todos los ámbitos, difumina su impacto. Solo las proyecciones sociales espectaculares acaparan masivamente la atención, y se verifican como meros pasatiempos.
Personalmente me interesa la vida de los otros, por supuesto unas mucho más que otras, en tanto en cuanto son parte del mundo que me rodea. No es un cotilleo o un chismorreo moralizante, como suele serlo usualmente, sino informante en el sentido de que aporta un valioso conocimiento de mis congéneres. Yo me confieso “cotilla” y no me importa reconocerlo. Usted haga lo que le venga en gana, pero hágalo siempre con buen humor.

lunes, 16 de abril de 2007

UN HOMBRE NORMAL

No vayas por ahí. No se te ocurra ir, me había dicho el vigilante. Era un hombre de esos que olvidas su cara, y su apariencia, nada más perderlos de vista. No era ni muy alto, ni muy bajo. Ni feo, ni guapo. Ni viejo, ni joven. Era un hombre de lo más normal, por lo menos en apariencia. Seguramente ese fue el motivo de que su advertencia tampoco hiciera mucha mella en mí. Me olvidé de sus palabras igual que me olvidé de él. Y me dirigí hacia aquél lugar pensando únicamente en lo que allí encontraría. Buscaba mi objetivo con ahínco y determinación. No pensaba en los obstáculos que pudiera encontrarme en el camino. No había nada que me pudiera hacer desistir de mi intención. Seguí caminando decididamente. Entonces alguien llamó mi atención con signos inequívocos de dirigirse a mí. Me paré y esperé a que estuviera a mi altura. Sin mediar palabra me lanzó un puñetazo que impactó en mitad de mi cara. Caí al suelo aturdido. Cuando reaccioné busqué ansiosamente la figura de mi agresor. No había nadie. Había desaparecido. Estaba sangrando por la nariz y se me había revuelto el estómago. Me incorporé como pude e intuitivamente volví sobre mis pasos. El vigilante, al verme, se acercó presto a socorrerme. Me curó cuidadosamente la herida y me dio un poco de agua. Yo no podía articular palabra alguna. El vigilante hablaba sin cesar sin que su discurso alterase mi confusión cerebral. Regresé al estado consciente cuando oí que me preguntaba sobre que aspecto tenía el que me había hecho eso. No sé, le dije. No era ni muy alto, ni muy bajo. Ni feo, ni guapo. Ni viejo, ni joven. Era un hombre normal.

jueves, 12 de abril de 2007

RATZINGER Y LA INVOLUCIÓN

Parece ser que el Sr. Ratzinger, sumo sacerdote de la iglesia católica, se ha destapado con una de las joyas de las que suelen hacer gala las personas de su condición. La supuesta infalibilidad ciega el sentido común y el más mínimo atisbo de razón crítica. Dice este personaje que la teoría de Darwin, la evolución de las especies, no está probada fehacientemente. Alega al respecto que es imposible meter 10.000 generaciones en un laboratorio, por lo que hay que recurrir a la razón filosófica para superar las lagunas que nos presenta la ciencia. De esta manera podemos en pie de igualdad el evolucionismo con el creacionismo. La teoría del diseño inteligente, justificación de todo el entramado clerical, si que ofrece visos de verosimilitud absoluta cuando sólo puede, en última instancia, servir para tapar supuestos agujeros. El mismo Wojtyla, nada sospechoso de herejía, hablaba de la sensatez de las razones de Darwin siempre que se considerara que la creación era obra de Dios. Ratzinger, después de un largo periodo como defensor de la doctrina, ha involucionado claramente desde el Vaticano II y devuelve a la Iglesia progresivamente a la Edad Media. Frente a ese gran enemigo que es el relativismo (moral, social, cultural, religioso, etc..) no queda otra alternativa que volver a las cavernas. El problema es que ahora las sombras que se proyectan al fondo no tienen un único foco. Eso debe de ser el relativismo para estos insignes purpurados. Haber perdido el monopolio de la generación de la información no cuadra demasiado bien con el dogmatismo propio de teorías, más o menos fantásticas, sobre el origen del hombre y su papel en este mundo. Esto es la religión. Una congregación de corderos que encuentran en ella solución a problemas irresolubles, mientras que otros se aprovechan de su candidez para instalar su propio paraíso en la tierra.

lunes, 9 de abril de 2007

NADIE

Nadie es la ausencia de alguien. Si hubiera alguien ya sería imposible que hubiera nadie. Nadie es exclusivo. Excluye que haya alguien. Y es exclusivo porque excluye. Lo exclusivo es muy apreciado hoy en día. Y es exclusivo porque excluye a los otros. A los que no pertenecen al grupo. Por lo tanto en lo exclusivo hay alguien. Si no hubiera nadie ya no sería exclusivo. Sería inexistente. La disolución en la nada no parece ser algo apetecible. Mientras que lo exclusivo es lo más deseado. Y desear es poseer. Para poseer lo exclusivo es necesario de alguien que certifique que esa posesión se ha verificado en exclusividad. Si no hay verificación no existe la exclusividad. Por tanto, lo exclusivo necesita ser compartido con otros. Aunque sean de tu mismo grupo. Nadie quiere lo que nadie sabe que existe. Lo realmente exclusivo no tiene valor. Socialmente no existe. Por tanto hay que hacerlo público y compartirlo para que adquiera un valor. Cuanto menor es el círculo que comparte, excluyendo a los otros, mayor es el valor de lo compartido. Compartir, como vemos, no es vivir, sino poseer. De ahí que toda extensión en la posesión haga perder valor a las cosas. Y no solo hace que pierdan su valor, sino que disminuye su calidad. Lo cualitativo se identifica, indefectiblemente, con lo escaso. Con lo exclusivo. Mientras que la cantidad revela una cierta vulgaridad. Nadie, por lo tanto, no existe. Si no hubiera realmente nadie, nadie podría constatar su ausencia. Necesitamos de alguien. Y ese alguien es mejor que no sea nadie. Nadie importante. Por lo menos para nosotros.

viernes, 6 de abril de 2007

LA ILUSIÓN

Ayer estuve viendo en el teatro de la Abadía una obra que se titula “La ilusión”. Una ilusión que hace referencia a ese ilusionismo de los magos que hacen aparecer ante nosotros aquellas cosas que normalmente no podemos ver. Y si es tal, es porque hace posible que cualquiera puede adoptar el papel de mago. No se trata aquí de esa ilusión “ilusa” de que nos va a tocar la primitiva. No. Ilusionarse adquiere su aspecto más brillante cuando se relaciona con hacer planes y con un futuro deseado. Pero este ilusionarse requiere de un trabajo y un esfuerzo. No basta con echar la primitiva. Ese no es un trabajo. Eso es tener una posibilidad en no sé cuantos millones de que te toque. Evidentemente el que no compra su participación está fuera de esa posibilidad. Pero esa expectativa no llega, ni siquiera, a ser ilusión. Es, más bien, esperanza. La esperanza a mi me gusta mucho menos, precisamente por el motivo anterior. La esperanza no implica una participación directa en la solución de problemas. Es una actitud pasiva. Y ya se sabe que el que espera, desespera. El teatro también es ilusión. Y no lo digo en el sentido de que haga posible lo imposible, ya que además eso no es verdad. Sino en el sentido de que su inmediatez nos puede hacer participes de la vida y milagros de los personajes. Para mundos imposibles está el cine, al que yo adoro. Pero para generar esa ilusión mágica, esa que se verifica ante nosotros mismos, esa que muestra sus tripas descarnadas, esa que nos lleva y nos trae hacia nosotros mismos, esa que nos hace partícipes de otros mundos posibles, para esa está el teatro.

jueves, 5 de abril de 2007

ROJO SOBRE FONDO NEGRO

Sería una obviedad decir que me pesaban los zapatos como si fueran ladrillos. Pero era verdad. Estaba totalmente exhausto mientras que vagaba buscando mi camino en medio de aquella fría y desapacible noche. No tenía ni siquiera conciencia de que estuviera perdido. Simplemente deambulaba por las calles sin rumbo fijo. No sabía si había perdido la memoria, si realmente no tenía adonde ir, o simplemente no me importaba. Un muro detuvo mis pasos. Cerró mi camino. Se alzó ante mí como una barrera que me obligaba a plantearme todas estas cuestiones. Y la verdad es que no me apetecía nada. Miré largamente aquella atalaya de ladrillos rojizos sin encontrar una vía en mi pensamiento que me llevara a una mínima lógica argumental. Sólo existíamos aquél muro y yo. No sabía si alguien lo había puesto allí con algún propósito o simplemente me lo había encontrado. Me parecía todo aquello un enigma irresoluble cuando atisbe un objeto que me llamó la atención. Seguramente el color de aquél objeto el que fijó mi atención. También era rojo. Como el muro. Pero estaba fuera de el. El resto era negruzco, como una película en blanco y negro. Apartado de la inmensidad del muro me subyugó. Me acerqué lentamente mientras sus contornos iban tomando forma. Una forma de zapato. De zapato de mujer. Un zapato rojo de mujer. Un zapato de tacón rojo de mujer. Un zapato rojo de tacón de mujer fatal. Un rojo zapato de tacón de aguja de mujer fatal. Sólo uno. En medio de la negra inmensidad de la noche. Frente a aquel monstruoso muro de ladrillo rojizo. Lo tomé en mis manos. Lo acaricié suavemente. Estaba mojado. Mis manos resbalaban por sus lomos de piel con una cadencia casi musical. Su fino y largo tacón se erguía en uno de sus extremos como el pináculo gótico de una catedral fantástica. Lo apreté más, fuertemente, entre mis manos. Y no pude contenerme. Lo lancé con todas mis fuerzas y atravesó volando la insuperable altura del muro. De aquél muro rojizo compuesto por centenares de ladrillos siameses. De ladrillos colocados unos a lado de los otros sin posibilidad alguna de variación o cambio. Era justamente el muro de ladrillo que me separaba del zapato rojo de mis sueños.