jueves, 17 de mayo de 2007

EL PATITO DE GOMA

Que maravillosa sensación es tener un patito de goma en la bañera para chapotear y jugar con él. El mío era igual que todos los demás. Igual que esos miles que aparecieron un día en algunas playas. Dicen que provenían de un barco que se hundió, pero yo no creo que un barco con tantos patitos de goma a bordo pueda llegar a hundirse. Es imposible. Otros dicen que simplemente los perdió por el camino. Sin darse cuenta. Como si miles de patitos de goma pudieran caer al agua por casualidad y sin hacer ningún ruido.

Mi patito de goma flotaba en el agua sin ningún esfuerzo. Por eso era de goma. Si hubiera sido de otro material lo mismo no habría flotado de la misma manera. Aunque hay otros materiales susceptibles de flotar, la textura de la goma de estos patitos los hace especiales. Suaves y pulidos, parecen escapársete de las manos cuando intentas atraparlos en el medio jabonoso del baño. Son dóciles, pero independientes. Cariñosos y a la vez huidizos. Eso sí, unos más que otros.

Yo ya no tengo patito de goma. Se me escapó. Se me escapó de las manos. Huyó buscando su libertad sin pedirme permiso. Salió disparado por la ventana de mi cuarto de baño impulsado por el combustible de un gel superhidratante. Bajé corriendo a la calle a buscarlo seminidesnudo. Con la espuma todavía prendiendo de las intersecciones de mi cuerpo. Pero ya no pude encontrarlo. No dejó el mínimo rastro para que pudiera seguirle la pista. Desesperado tuve que abandonar su búsqueda ante la falta de indicios. Mucho he pensado en ello en estos últimos años y, al final, la única conclusión a la que he podido llegar es que se marchó para reunirse con sus congéneres en alguna playa olvidada. Ahora estoy seguro, estar encerrado en una casa de la gran ciudad no es el lugar adecuado para que viva un patito de goma.

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