Aquello era una mascarada. No una simple fiesta de personas enmascaradas. No. Ni una vulgar comparsa de máscaras. Tampoco. Era una farsa. Un completo engaño. Una trampa ideada para engañar. Hecha a conciencia. Conscientemente. Y con el único fin de sacar un provecho de ello.
Y es verdad que también había máscaras. Muchas máscaras. Máscaras por todas partes. Máscaras de todas las formas y materiales. Todo el mundo llevaba máscaras. Pero las máscaras también eran una coartada. Es verdad que siempre lo han sido. Pero en este caso lo eran mucho más. No sólo se trataba de cubrir los rostros para un ritual más o menos lúdico. No era teatro, ni era carnaval, ni era una fiesta de disfraces. No era nada de eso. Era una pesadilla en la que las máscaras no dejaban ver el rostro de sus portadores. Y estos actuaban impunemente sintiéndose seguros. Detrás de sus máscaras.
El ambiente onírico y fantasmagórico era una referencia cercana. Algunos intentaban despertar de este mal sueño para librarse de esa farsa y poder vivir libremente. Pero era imposible. Las máscaras se había adherido a la piel como si formaran parte de ella. Eran parte indisoluble e inseparable de nosotros mismos. Eran un ornamento indispensable para vivir en sociedad. Por eso a algunos no les quedaba otro remedio que vivir en el mundo de los sueños. Por lo menos allí podías ver la cara a tus semejantes. Incluso podías mirarles a los ojos. Aunque no siempre.
martes, 20 de octubre de 2009
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