jueves, 15 de octubre de 2009

LA CLASE CORPORATIVA

En estos tiempos de crisis global nadie habla de uno de sus principales causantes: la clase corporativa. El concepto de clase social parece que ha ido cayendo en desuso desde su formulación marxiana debido a que no parece lo suficientemente flexible para acoplarse a realidades sociales complejas y cambiantes. Sin embargo en los manuales de estructura social comenzó hace unos años a emplearse el término clase corporativa para referirse a esa “nueva” clase social formada por aquellos elementos que sin ser dueños o propietarios de los medios de producción se han configurado como los nuevos detentadores del poder en un sistema capitalista ya plenamente hegemónico. En esta clase podríamos incluir a los ejecutivos de las empresas, altos funcionarios y políticos de diverso rango y condición. Su configuración varía de un país a otro, pero su presencia es ineluctable. Sus principales sustentos son un mundo globalizado, las sociedades - cada vez más- anónimas, una democracia –cada vez menos- representativa, un estado - como siempre – al servicio del poder y unos medios de comunicación que realmente han pasado a ejercer – no solo metafóricamente – de cuarto poder.
Como su nombre indica esta clase es corporativa no sólo porque se encargue de dirigir la corporación en que se ha convertido el estado moderno, sino porque corporativamente se protegen contra los agentes externos, aunque entre ellos simulen luchar por el poder. En un momento de cambio de modelo o de transición hacia la posmodernidad pareció que cualquiera podía formar parte de esta clase corporativa, entonces en formación. Últimamente se adivinan claros procesos de consolidación que, vía nepotismo, pueden hacer de esta nueva hornada de arribistas una clase hereditaria que intente perpetuarse a sí misma a cualquier precio.

El ejemplo más claro parece estar en la crisis financiera de estos últimos años. Los errores y aberraciones de una clase corporativa claramente incompetente no han hecho reflexionar a nadie sobre el estado interno del capitalismo, sino que pasados pocos meses vuelven a hacernos creer que las recetas que provocaron la crisis serán las mismas que nos saquen de ella. Y todo mientras que salvamos bancos y empresas con dinero público que los empresarios y banqueros utilizan en auto-adjudicarse multimillonarios bonus - más bien malus – sin ningún rubor. Y es que no podía ser de otra forma, debido a que unos y otros son los mismos. Los que gestionan lo público y lo privado son la misma clase corporativa que solo vela por sus intereses y no por el bien general de la sociedad. Cuando la tradicional separación de poderes de Montesquieu ha quedado en todo el mundo en agua de borrajas, probablemente habrá que mirar en otro sentido y propugnar la separación de intereses (públicos y privados) donde los gestores de uno y otro sean realmente responsables de sus acciones. El único problema es que, una vez descartado Dios, no hay ante quién rendir cuentas salvo ante la propia clase corporativa.

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