viernes, 30 de octubre de 2009
EL TAMBOR
Cada vez que sonaba el tambor corríamos a escondernos en nuestra guarida. Todos sabíamos lo que significaba. Ninguno queríamos que nos pillara el tambor sonando en medio de la calle o en algún trance inoportuno que nos impidiera refugiarnos convenientemente. Algunas personas se quedaban pasmadas ante nuestra desbandada al oír los acordes martilleantes del tambor. De aquél tambor. De esto colegirán ustedes que no era cualquier tambor o un tambor cualquiera. Era un tambor concreto, conciso y específico el que nos hacía temblar e inundaba nuestros corazones de un pavor desbordante. Para nosotros era el tambor con mayúsculas. El único que existía. El único que nos importaba. El único capaz, con su redoble, de hacernos estremecer de puro miedo. Y no es que su sonido fuera más o menos desagradable. No. Oírlo significaba para nosotros algo muy concreto. Para nosotros tenía un significado diferente al que podía adjudicarle cualquier otra persona. Y por eso corríamos a refugiarnos en nuestra guarida. Allí estábamos a salvo. Nada nos podía suceder. Su poder no podía penetrar en nuestro refugio de animales no tan racionales. Porque irracional era el efecto que aquél tambor producía en nosotros. Pero no podíamos evitar que se apoderara de nosotros. De todos nosotros. Los elegidos. Los filósofos y filántropos de aquella sociedad podrida que temblábamos de miedo ante el sonido de aquél conejito tocando el tambor incansablemente y que era capaz de romper todos nuestros esquemas de pensamiento y echar por tierra cualquier aspiración de transformar el mundo. Puto conejito de mierda.
jueves, 29 de octubre de 2009
CORRUPTOS TODOS
Corrupción es un término muy usado últimamente por estos lares. Pero de tanto usar una cosa o término parece que este/a vaya perdiendo fuerza. Nos hemos acostumbrado a ella. En puridad corrupción significa la utilización por los gestores de una organización de sus funciones y medios en provecho económico propio. Los gestores son la nueva “clase corporativa” que se ha instalado en este minarete desde nos contemplan al resto de los mortales por encima del hombro. Eso sí, con nuestro estúpido consentimiento y abnegada complacencia.
Todo el mundo parece llevarse las manos a la cabeza ante tanta corruptela en el mundo político. Y es que lo público es doblemente sensible al vicio, abuso o soborno. En este ámbito, por lo menos nominalmente, puede deshacerse el entuerto por la vía de las urnas. Aunque esto, evidentemente, es una falacia. Los sistemas de los partidos políticos están formados por esa clase corporativa que a lo sumo lo que hace es cambiar los cromos y poner aquí lo que estaba allí. Y la alternativa es el mundo empresarial, totalmente imbricado en este corporativismo y en sus acciones. La economía, el afán de riquezas, parecer ser el único motor de una sociedad indolente en lo colectivo y ferozmente avariciosa en lo individual.
Y ahí es donde realmente radica la cuestión. La corrupción político-empresarial no es más que un fiel reflejo de una sociedad formada por potenciales sujetos corruptos que buscan incansablemente cualquier resquicio para tomar su parte. Todos somos parte de esta “grande bouffe” esperpéntica y suicida en que hemos convertido nuestro glorioso mundo desarrollado, que cerramos a cal y canto para que millones de desarrapados no puedan acceder al mismo (con idénticos fines) y quitarnos parte de nuestro pastel.
Todos somos corruptos porque consentimos, callamos y miramos para otra parte. Porque en el fondo desearíamos estar dentro. Estar en el ajo. Y si no lo estamos nos morimos de envidia. Alimentamos cotidianamente nuestro afán de poder y dinero con mezquinos actos de apropiación indebida y sabotaje. Pequeños actos que van conformándonos ontogénica y filogénicamente como los animales más imbéciles de la galaxia. Y eso es lo único que realmente somos. Animales.
Todo el mundo parece llevarse las manos a la cabeza ante tanta corruptela en el mundo político. Y es que lo público es doblemente sensible al vicio, abuso o soborno. En este ámbito, por lo menos nominalmente, puede deshacerse el entuerto por la vía de las urnas. Aunque esto, evidentemente, es una falacia. Los sistemas de los partidos políticos están formados por esa clase corporativa que a lo sumo lo que hace es cambiar los cromos y poner aquí lo que estaba allí. Y la alternativa es el mundo empresarial, totalmente imbricado en este corporativismo y en sus acciones. La economía, el afán de riquezas, parecer ser el único motor de una sociedad indolente en lo colectivo y ferozmente avariciosa en lo individual.
Y ahí es donde realmente radica la cuestión. La corrupción político-empresarial no es más que un fiel reflejo de una sociedad formada por potenciales sujetos corruptos que buscan incansablemente cualquier resquicio para tomar su parte. Todos somos parte de esta “grande bouffe” esperpéntica y suicida en que hemos convertido nuestro glorioso mundo desarrollado, que cerramos a cal y canto para que millones de desarrapados no puedan acceder al mismo (con idénticos fines) y quitarnos parte de nuestro pastel.
Todos somos corruptos porque consentimos, callamos y miramos para otra parte. Porque en el fondo desearíamos estar dentro. Estar en el ajo. Y si no lo estamos nos morimos de envidia. Alimentamos cotidianamente nuestro afán de poder y dinero con mezquinos actos de apropiación indebida y sabotaje. Pequeños actos que van conformándonos ontogénica y filogénicamente como los animales más imbéciles de la galaxia. Y eso es lo único que realmente somos. Animales.
miércoles, 28 de octubre de 2009
SI QUIERES SABER QUIÉN ES PEDRÍN?
Si quieres saber quién es Pedrín, dale un puestín. Esto es una verdad más grande que un templo. Acceder a puestos de mando parece ser que crea trastornos graves de personalidad. A nuestro alrededor todos conocemos variopintos casos que ilustran la cuestión. ¿Cuál será la causa? En primer lugar no suele haber una preparación previa. El ascenso llega de sopetón y todas las neuronas, en vertiginoso subidón, se agolpan en la parte superior del cerebro diezmando las funciones del resto de nuestro más preciado órgano. Luego llega la cuestión de la jerarquía. Ahora eres más que otros. El problema es que se confunde que este ser “más” se refiere únicamente a la situación en la organización, y no al mundo en general Se toma la parte por el todo (sinécdoque), sin necesidad de ser poeta, y se empieza a distorsionar la realidad. Las alucinaciones se presentan algo más tarde. Ya nada es suficiente. Porque yo lo valgo. Y el resto de la humanidad no es más que “morralla”. Todo lo que está alrededor no son más que impedimentos para seguir subiendo. Elementos contrarrevolucionarios que intentan boicotear un merecido e indiscutible camino hacia el éxito. La empatía, si es que se conoció alguna vez, ya no se reserva ni para los más allegados. Los únicos que pueden haber heredado esa fulgurante luz de sabiduría, poder, gracia, estilismo, belleza y armonía son los hijos. Los propios. De aquí viene la vertiente nepotista del jefecillo reproductor. La otra. La que no deja descendencia (o no la tiene tan en cuenta) es de tipo megalómana. Suele engendrar grandes hombres/mujeres que todos tienden a considerar grandes hijos de… Mientras, ni unos ni otros ya ni siquiera se acuerdan de quién les dio aquél primer puestín. Ni falta que les hace.
lunes, 26 de octubre de 2009
EL SOL LE GOLPEA EN EL ROSTRO
I
El sol le golpea en el rostro. No puede evitarlo. Le golpea con fuerza. Pero no le importa. Le gusta que el sol le golpee en el rostro. Está enterrado en la arena. Salvo su rostro. Disfruta del contraste entre el frescor que la arena proporciona al resto de su cuerpo, y su cara que recibe todo el calor del sol. Un sol cenital. Intenso. De verano. Un sol deseado. Esperado. Buscado. Anhelado. Desesperado. Que le golpea de lleno en el rostro. Le golpea tanto que quiere dar por acabada su exposición al sol. Le apetece tomar una cerveza fresquita. Refrescar el gaznate y mojar la parte de su cuerpo que no está enterrada en la arena. Su cara. Intenta levantarse pero no puede. Hay algo que le sujeta. Mira a su alrededor. No ve nada. El sol le ciega. Hace otro intento. No puede. Está inmovilizado. Intenta gritar pero no puede. Su garganta está demasiado reseca. Intenta mover nerviosamente su cuerpo. No obedece. No responde. Comienza a no sentir el resto de su cuerpo. Cree perder la conciencia. Ya no siente nada. Mientras que el sol le golpea en el rostro.II
El sol le golpea en el rostro. En el rostro. Sólo en el rostro. Traspasa sus párpados cerrados. El sol. Le golpea. Una luz se ha hecho en su interior. La luz del sol. Atraviesa sus párpados. Se instala en su interior. Dentro de él. Una luz cegadora. Que lo llena todo. Que golpea su cerebro. Que ciega su entendimiento. Que quema su rostro. El sol. No le deja relajarse. Achicharra su piel. La golpea. Le golpea directamente el cerebro. Donde hay una luz. Una luz que se ha hecho en su interior. Que atraviesa sus párpados. Inunda todo. Una luz dolorosa. Infinita. Intensa. Le golpea. Fuerte. Incesantemente. Cegadoramente. Es el sol. En su rostro. Que le golpea. A él. En ese lugar. Esa sensación. Luminosa. Abrasadora. Inevitablemente. El sol le golpea en el rostro.III
El sol le golpea en el rostro. Parece no tener cuerpo. Solo un rostro abrasado por el sol. Un gran tumulto se forma a su alrededor cuando es descubierto por los bañistas. Llegan los socorristas. Llega la policía. Llega una ambulancia. Pero él ya no siente nada. No se percata de nada de todo esto. Ya ni siquiera siente como el sol le golpea en el rostro.
viernes, 23 de octubre de 2009
VOLAR
(ESCENA PARA PATO Y GORRIÓN)
Ribera del Manzanares. Madrid. Las ácidas y escasamente dulces aguas del río discurren dificultosamente entre los atascos de la circunvalación M-30. El sol casi no se adivina en un cielo encapotado de una gélida mañana invernal. Un pequeño gorrión se posa en una pequeña caseta de madera, casi suspendida en el agua, que la generosa corporación municipal ha instalado allí para cobijo de un grupo de patos.
- GORRIÓN. (Tiritando de frío) Buenos días, señor pato.
- PATO. (Ahuecando sus plumas en actitud tranquila) Hola majete. Cuando tiempo sin aparecer por aquí. Pensé que habrías emigrado hacia el sur.
- GORRIÓN. (Intentando ser didáctico) Que cosas dice usted, señor pato. Sabe usted de sobra que los gorriones no emigramos en invierno. Somos pájaros de ciudad. Una tribu urbana más.
- PATO. Eso debe de ser una cuestión genética. Nosotros, por más que lo intentemos, no conseguimos arraigar aquí. Entre las compuertas 3 y 4 pasamos toda nuestra vida.
- GORRIÓN. Pero aquí tenéis casa y todo. No está mal. Los patos sois propietarios. En cambio nosotros parecemos una especie de inquilinos mal avenidos. Casi cada noche tengo que buscarme un refugio diferente para dormir.
- PATO. Si quisieras podrías montar un nido en algún sitio agradable y con buenas vistas.
- GORRIÓN. No es tan fácil. La ciudad es un sitio muy peligroso. Incluso en las alturas hay muchos depredadores, empezando por los humanos.
- PATO. Yo echo de menos los espacios abiertos. El cielo azul y el agua limpia, las plantas y el mundo entero para descubrirlo.
- GORRIÓN. Parece usted un niño. Con lo bien que viven aquí. Seguros. Sin incertidumbres.
- PATO. No sólo de pan viven los patos.
- GORRIÓN. Ya quisieran los gorriones.
Ribera del Manzanares. Madrid. Las ácidas y escasamente dulces aguas del río discurren dificultosamente entre los atascos de la circunvalación M-30. El sol casi no se adivina en un cielo encapotado de una gélida mañana invernal. Un pequeño gorrión se posa en una pequeña caseta de madera, casi suspendida en el agua, que la generosa corporación municipal ha instalado allí para cobijo de un grupo de patos.
- GORRIÓN. (Tiritando de frío) Buenos días, señor pato.
- PATO. (Ahuecando sus plumas en actitud tranquila) Hola majete. Cuando tiempo sin aparecer por aquí. Pensé que habrías emigrado hacia el sur.
- GORRIÓN. (Intentando ser didáctico) Que cosas dice usted, señor pato. Sabe usted de sobra que los gorriones no emigramos en invierno. Somos pájaros de ciudad. Una tribu urbana más.
- PATO. Eso debe de ser una cuestión genética. Nosotros, por más que lo intentemos, no conseguimos arraigar aquí. Entre las compuertas 3 y 4 pasamos toda nuestra vida.
- GORRIÓN. Pero aquí tenéis casa y todo. No está mal. Los patos sois propietarios. En cambio nosotros parecemos una especie de inquilinos mal avenidos. Casi cada noche tengo que buscarme un refugio diferente para dormir.
- PATO. Si quisieras podrías montar un nido en algún sitio agradable y con buenas vistas.
- GORRIÓN. No es tan fácil. La ciudad es un sitio muy peligroso. Incluso en las alturas hay muchos depredadores, empezando por los humanos.
- PATO. Yo echo de menos los espacios abiertos. El cielo azul y el agua limpia, las plantas y el mundo entero para descubrirlo.
- GORRIÓN. Parece usted un niño. Con lo bien que viven aquí. Seguros. Sin incertidumbres.
- PATO. No sólo de pan viven los patos.
- GORRIÓN. Ya quisieran los gorriones.
miércoles, 21 de octubre de 2009
LA LENGUA PRODIGIOSA
Prodigiosa era la lengua que recorría mi cuerpo en aquel instante. Es decir, generaba sucesos extraños que exceden los límites regulares de su naturaleza. ¿En que consistían estos? Sencillamente, un órgano muscular situado en la cavidad de la boca de los vertebrados y que sirve para la gustación, para deglutir y para modular los sonidos que les son propios, se había convertido en una herramienta de placer. Que para mí aquello fuera un prodigio quiere decir que nunca había considerado dentro de los límites regulares de la naturaleza de una lengua el que chupetease toda mi piel. Puede parecer una tontería o un exceso de candidez, pero así era. Y además lo hacía con aquella mezcla de desaforada voracidad y suavidad exasperante estrechamente unidas.
Mientras esta lengua prodigiosa dejaba todo mi cuerpo recubierto de una finísima cobertura de saliva, otra lengua prodigiosa hizo su aparición en aquella triste y gris habitación de hotelucho de carretera. El estado de éxtasis en que me encontraba derivó, sin que todavía pueda explicármelo, en la recitación ininterrumpida de “Crimen y Castigo” de Dostoievski en ruso. Yo no sabía hablar ruso. Y encima lo recitaba de memoria. Era la hostia. No había duda. Algo prodigioso estaba pasando cuando había aprendido súbitamente la lengua rusa. Y aquella lengua no dejaba de lamerme todos los rincones de mi cuerpo.
En aquel instante, sin dejar de lado a Dostoievski, caí en la cuenta de que aquella lengua debería de pertenecer a alguien. Yo solo era consciente de una lengua, no de su propietario/a. No concebía en aquél instante una lengua no adscrita a un sujeto que fuera su dueño/a, ya fuera persona o animal. Entonces intente fijar mi vista en la lengua. Hasta entonces sólo la había sentido. Y no pude verla. Seguía jugueteando conmigo pero se escondía de mi mirada. A lo mejor le hacía gracia que hablara en ruso. No lo sé.
El caso es que si que yacía junto a mí el cuerpo dormido de una mujer. Me pareció natural que fuera rubia. Probablemente porque yo seguía incontinentemente recitando “Crimen y Castigo”. Era rusa. No había duda ninguna. Sus rasgos eran eslavos. Su piel blanquísima. Y tenía un tatuaje. El tatuaje de una lengua en la nalga izquierda. Pero no. No era la típica lengua de los Rolling. No. Era una lengua bífida. Una lengua de serpiente. Inquietante. Que se movía al ritmo del trasero de su dueña. Al girarse pareció querer saltar hacia mí. Pero gracias a Dios desapareció entre las sábanas.
Yo estaba totalmente desnudo y me había incorporado inconscientemente para recitar con más comodidad. Ella se despertó y me miró placidamente. Con movimiento suaves se posicionó en la postura adecuada y comenzó a hacerme una felación muy suavemente. Mientras tanto la lengua anónima se cebó en mi ano. Tengo que reconocer que me costaba mucho seguir con Dostoievski, pero me contuve hasta el párrafo final para eyacular abundantemente en la cara de mi mujer.
Sí. Entonces se impuso en el plano consciente la realidad. Hoy es 10 de noviembre de 2017. Centenario de la revolución rusa. De la revolución comunista. Yo soy ruso. Mi mujer es rusa. Mi país es un caos capitalista. La lengua prodigiosa es la literatura. Y yo hoy he matado a mi mujer y me he suicidado en un sucio hotelucho de carretera cubriéndolo todo de rojo. Del rojo esperanzador que cubre el desaforado ser fatalista del pueblo ruso. Spassiva. Gracias Dersú. De nada capitán.
Mientras esta lengua prodigiosa dejaba todo mi cuerpo recubierto de una finísima cobertura de saliva, otra lengua prodigiosa hizo su aparición en aquella triste y gris habitación de hotelucho de carretera. El estado de éxtasis en que me encontraba derivó, sin que todavía pueda explicármelo, en la recitación ininterrumpida de “Crimen y Castigo” de Dostoievski en ruso. Yo no sabía hablar ruso. Y encima lo recitaba de memoria. Era la hostia. No había duda. Algo prodigioso estaba pasando cuando había aprendido súbitamente la lengua rusa. Y aquella lengua no dejaba de lamerme todos los rincones de mi cuerpo.
En aquel instante, sin dejar de lado a Dostoievski, caí en la cuenta de que aquella lengua debería de pertenecer a alguien. Yo solo era consciente de una lengua, no de su propietario/a. No concebía en aquél instante una lengua no adscrita a un sujeto que fuera su dueño/a, ya fuera persona o animal. Entonces intente fijar mi vista en la lengua. Hasta entonces sólo la había sentido. Y no pude verla. Seguía jugueteando conmigo pero se escondía de mi mirada. A lo mejor le hacía gracia que hablara en ruso. No lo sé.
El caso es que si que yacía junto a mí el cuerpo dormido de una mujer. Me pareció natural que fuera rubia. Probablemente porque yo seguía incontinentemente recitando “Crimen y Castigo”. Era rusa. No había duda ninguna. Sus rasgos eran eslavos. Su piel blanquísima. Y tenía un tatuaje. El tatuaje de una lengua en la nalga izquierda. Pero no. No era la típica lengua de los Rolling. No. Era una lengua bífida. Una lengua de serpiente. Inquietante. Que se movía al ritmo del trasero de su dueña. Al girarse pareció querer saltar hacia mí. Pero gracias a Dios desapareció entre las sábanas.
Yo estaba totalmente desnudo y me había incorporado inconscientemente para recitar con más comodidad. Ella se despertó y me miró placidamente. Con movimiento suaves se posicionó en la postura adecuada y comenzó a hacerme una felación muy suavemente. Mientras tanto la lengua anónima se cebó en mi ano. Tengo que reconocer que me costaba mucho seguir con Dostoievski, pero me contuve hasta el párrafo final para eyacular abundantemente en la cara de mi mujer.
Sí. Entonces se impuso en el plano consciente la realidad. Hoy es 10 de noviembre de 2017. Centenario de la revolución rusa. De la revolución comunista. Yo soy ruso. Mi mujer es rusa. Mi país es un caos capitalista. La lengua prodigiosa es la literatura. Y yo hoy he matado a mi mujer y me he suicidado en un sucio hotelucho de carretera cubriéndolo todo de rojo. Del rojo esperanzador que cubre el desaforado ser fatalista del pueblo ruso. Spassiva. Gracias Dersú. De nada capitán.
martes, 20 de octubre de 2009
MASCARADA
Aquello era una mascarada. No una simple fiesta de personas enmascaradas. No. Ni una vulgar comparsa de máscaras. Tampoco. Era una farsa. Un completo engaño. Una trampa ideada para engañar. Hecha a conciencia. Conscientemente. Y con el único fin de sacar un provecho de ello.
Y es verdad que también había máscaras. Muchas máscaras. Máscaras por todas partes. Máscaras de todas las formas y materiales. Todo el mundo llevaba máscaras. Pero las máscaras también eran una coartada. Es verdad que siempre lo han sido. Pero en este caso lo eran mucho más. No sólo se trataba de cubrir los rostros para un ritual más o menos lúdico. No era teatro, ni era carnaval, ni era una fiesta de disfraces. No era nada de eso. Era una pesadilla en la que las máscaras no dejaban ver el rostro de sus portadores. Y estos actuaban impunemente sintiéndose seguros. Detrás de sus máscaras.
El ambiente onírico y fantasmagórico era una referencia cercana. Algunos intentaban despertar de este mal sueño para librarse de esa farsa y poder vivir libremente. Pero era imposible. Las máscaras se había adherido a la piel como si formaran parte de ella. Eran parte indisoluble e inseparable de nosotros mismos. Eran un ornamento indispensable para vivir en sociedad. Por eso a algunos no les quedaba otro remedio que vivir en el mundo de los sueños. Por lo menos allí podías ver la cara a tus semejantes. Incluso podías mirarles a los ojos. Aunque no siempre.
Y es verdad que también había máscaras. Muchas máscaras. Máscaras por todas partes. Máscaras de todas las formas y materiales. Todo el mundo llevaba máscaras. Pero las máscaras también eran una coartada. Es verdad que siempre lo han sido. Pero en este caso lo eran mucho más. No sólo se trataba de cubrir los rostros para un ritual más o menos lúdico. No era teatro, ni era carnaval, ni era una fiesta de disfraces. No era nada de eso. Era una pesadilla en la que las máscaras no dejaban ver el rostro de sus portadores. Y estos actuaban impunemente sintiéndose seguros. Detrás de sus máscaras.
El ambiente onírico y fantasmagórico era una referencia cercana. Algunos intentaban despertar de este mal sueño para librarse de esa farsa y poder vivir libremente. Pero era imposible. Las máscaras se había adherido a la piel como si formaran parte de ella. Eran parte indisoluble e inseparable de nosotros mismos. Eran un ornamento indispensable para vivir en sociedad. Por eso a algunos no les quedaba otro remedio que vivir en el mundo de los sueños. Por lo menos allí podías ver la cara a tus semejantes. Incluso podías mirarles a los ojos. Aunque no siempre.
lunes, 19 de octubre de 2009
HETEROTOPIAS
La vida transcurre en lugares. Lugares que se conforman a través de las actividades que albergan. También hay sitios sólo para mirar. O que nunca han sido vistos. Pero estos son no-lugares. En ellos no hay vida social. Por lo tanto el espacio, para los humanos, es intrínsecamente social. En el discurre la vida, entendida esta como interacción entre seres humanos, y de estos con el resto de las cosas (animales, plantas, objetos, etc.).
También existe una distinción entre espacio público y privado. La casa remite, normalmente, a la intimidad, mientras que la calle (en el sentido urbano de la palabra) remite a lo público. En estos lugares públicos es dónde se establecen las relaciones interpersonales y se reproduce la socialización indispensable del mismo “ser” humano.
Entonces ¿Qué es una heterotopía? Seguramente Michael Foucault diría algo parecido a que es un lugar restringido donde se proyectan, con sus propias reglas, las relaciones de todo tipo que los humanos establecen, normalmente, en lugares comunes. Frente a las utopías que son relaciones ideales que no se verifican en la realidad, las heterotopías existen en el mundo que nos rodea, e incluso parece que cada vez más nos recluimos en ellas voluntariamente.
Las heterotopías más extendidas son organizaciones del tipo cárceles, escuelas, asilos, etc., marcadas normalmente por el signo negativo de la represión, la reclusión o el adiestramiento social. Pero también hay heterotopías más lúdicas. Sin ir más lejos todos los espectáculos de masas no dejan de ser una ficción donde gente entra por voluntad propia y dónde se adquiere un rol determinado durante un tiempo determinado para conseguir un determinado fin. Divertirse, por ejemplo.
Me interesa mucho el teatro como heterotopía. Además lo es en una doble vertiente. Por un lado la misma puesta en escena es una heterotopía para todos aquellos que participan en la representación. Acatan doblemente la ficción de ser un grupo de teatro y la de representar una obra en concreto. Pero hay que resaltar que también es una heterotopía el hecho mismo teatral, que necesita de un público que entre en un pacto ficcional y asuma que lo que están contemplando es teatro, y no la vida real.
También existe una distinción entre espacio público y privado. La casa remite, normalmente, a la intimidad, mientras que la calle (en el sentido urbano de la palabra) remite a lo público. En estos lugares públicos es dónde se establecen las relaciones interpersonales y se reproduce la socialización indispensable del mismo “ser” humano.
Entonces ¿Qué es una heterotopía? Seguramente Michael Foucault diría algo parecido a que es un lugar restringido donde se proyectan, con sus propias reglas, las relaciones de todo tipo que los humanos establecen, normalmente, en lugares comunes. Frente a las utopías que son relaciones ideales que no se verifican en la realidad, las heterotopías existen en el mundo que nos rodea, e incluso parece que cada vez más nos recluimos en ellas voluntariamente.
Las heterotopías más extendidas son organizaciones del tipo cárceles, escuelas, asilos, etc., marcadas normalmente por el signo negativo de la represión, la reclusión o el adiestramiento social. Pero también hay heterotopías más lúdicas. Sin ir más lejos todos los espectáculos de masas no dejan de ser una ficción donde gente entra por voluntad propia y dónde se adquiere un rol determinado durante un tiempo determinado para conseguir un determinado fin. Divertirse, por ejemplo.
Me interesa mucho el teatro como heterotopía. Además lo es en una doble vertiente. Por un lado la misma puesta en escena es una heterotopía para todos aquellos que participan en la representación. Acatan doblemente la ficción de ser un grupo de teatro y la de representar una obra en concreto. Pero hay que resaltar que también es una heterotopía el hecho mismo teatral, que necesita de un público que entre en un pacto ficcional y asuma que lo que están contemplando es teatro, y no la vida real.
LA ESPERA
Espacio totalmente negro con un banco al fondo. Entra un hombre vestido de bombero. Parece algo confuso.
- BOMBERO. Se diría que no hay nadie por aquí. Es algo extraño. ¿Qué lugar será este? Está todo tan oscuro. Me pregunto como habré llegado hasta aquí. No recuerdo absolutamente nada. ¡Que raro!
Una viejecita con un bolso entra por el lado contrario del escenario. Va ensimismada en sus pensamientos.
- BOMBERO. Señora, buenos…días.
- ANCIANA. (Sorprendiéndose) Hola, majo. ¿Qué haces por aquí? Tan jovencito y bien parecido.
- BOMBERO. Señora…es que…no sé. Me debo de haber perdido.
- ANCIANA. ¿Perdido? No hijo, no. Perdido no estás. Estarás desorientado. Yo ya sabía que venía, aunque me sorprendió un poco.
- BOMBERO. Dice usted unas cosas…rarísimas.
- ANCIANA. No me llames de usted. Ahora ya no importa. Dentro de poco me verás de otra manera. Yo también he sido joven ¿sabes?
- BOMBERO. Vale. Vamos a ver. Usted parece conocer perfectamente este sitio, entonces…
- ANCIANA. (Cortándole) Yo no conozco nada. Lo que pasa es que hay que prepararse para todo. Y sigue con el usted.
- BOMBERO. Preparado dice. Los bomberos somos los profesionales más preparados de todos. Tenemos un impresionante mantenimiento físico. Y no somos sólo músculos. También estamos preparados en el área técnica, e incluso psicológica.
- ANCIANA. Pero es que aquí no hay bomberos. No hacen falta.
- BOMBERO. ¿Cómo no van a hacer falta? En todos los lugares del mundo somos necesarios. Cualquier país, por muy atrasado que esté, cuenta con dotaciones de bomberos.
- ANCIANA. Mira, vamos a sentarnos un poquito y a picar algo. Hace ya algunos años que tengo siempre preparado un atillo como este para la espera. (Se sientan en el banco y la anciana comienza a sacar algunas viandas, que ofrece al bombero) Come hijo, en las grandes ocasiones hay que tener el estómago lleno.
- BOMBERO. Muchas gracias, pero he comido hace un rato. Quiere explicarme de una vez de que va todo esto.
- ANCIANA. Como te dije, a ciertas edades una se va preparando para esto. Cuando se es joven y saludable, así como tú, todos nos creemos Dioses. (Bajando la voz en tono confidencial) A ti, lo que te pasa, es que no te lo esperabas. Te ha pillado por sorpresa.
- BOMBERO. Mire. Hace un momento yo estaba trabajando. Nos llamaron para sofocar un incendio. Cuando llegamos había unas llamas de más de tres metros. Mientras algunos compañeros empezaban a echar agua, yo y Luis, que es muy amigo mío, entramos en el edificio para rescatar a algunas personas atrapadas.
- ANCIANA. Yo estaba tan tranquilita, echándome una siesta. Así, sin más.
- BOMBERO. (Levantándose y emocionándose con el relato) Como le decía, logramos salvar a unos niños del segundo piso. Las llamas estaban en el tercero. Luego alguien dijo que había gente en el cuarto. Atravesamos las llamas y nos plantamos allí entre una densa masa de humo negro.
- ANCIANA. Yo también vivo en un cuarto. Es una casa antigua, pero a mí me gusta. He vivido allí toda mi vida. Setenta y cuatro años.
- BOMBERO. Entonces…ya no me acuerdo de nada más.
- ANCIANA. No sé, debe de ser una sugestión. Pero yo también tengo metido en la nariz una cierto olor a chamuscado.
- BOMBERO. (Declamando) Calle de Potes veinticuatro.
- ANCIANA. (Exclamativa) Calle de Potes veinticuatro.
- BOMBERO. Sí, una dirección como otra cualquiera.
- ANCIANA. Como otra cualquiera no. Yo he vivido setenta y cuatro años en esa dirección.
- BOMBERO. No puede ser. Que coincidencia tan... (dudando) extraordinaria.
- ANCIANA. (Levantándose) Cuando llegas a mi edad sabes, a ciencia cierta, que las coincidencias no existen.
- BOMBERO. (Cabizbajo) Entonces…
- ANCIANA. Si, me temo que sí.
- BOMBERO. (Resignándose mientras se sienta) Así es la vida. De todas formas, me alegro de haberla conocido. Me cae usted bien.
- ANCIANA. Y dale con el "usted".
- BOMBERO. Se diría que no hay nadie por aquí. Es algo extraño. ¿Qué lugar será este? Está todo tan oscuro. Me pregunto como habré llegado hasta aquí. No recuerdo absolutamente nada. ¡Que raro!
Una viejecita con un bolso entra por el lado contrario del escenario. Va ensimismada en sus pensamientos.
- BOMBERO. Señora, buenos…días.
- ANCIANA. (Sorprendiéndose) Hola, majo. ¿Qué haces por aquí? Tan jovencito y bien parecido.
- BOMBERO. Señora…es que…no sé. Me debo de haber perdido.
- ANCIANA. ¿Perdido? No hijo, no. Perdido no estás. Estarás desorientado. Yo ya sabía que venía, aunque me sorprendió un poco.
- BOMBERO. Dice usted unas cosas…rarísimas.
- ANCIANA. No me llames de usted. Ahora ya no importa. Dentro de poco me verás de otra manera. Yo también he sido joven ¿sabes?
- BOMBERO. Vale. Vamos a ver. Usted parece conocer perfectamente este sitio, entonces…
- ANCIANA. (Cortándole) Yo no conozco nada. Lo que pasa es que hay que prepararse para todo. Y sigue con el usted.
- BOMBERO. Preparado dice. Los bomberos somos los profesionales más preparados de todos. Tenemos un impresionante mantenimiento físico. Y no somos sólo músculos. También estamos preparados en el área técnica, e incluso psicológica.
- ANCIANA. Pero es que aquí no hay bomberos. No hacen falta.
- BOMBERO. ¿Cómo no van a hacer falta? En todos los lugares del mundo somos necesarios. Cualquier país, por muy atrasado que esté, cuenta con dotaciones de bomberos.
- ANCIANA. Mira, vamos a sentarnos un poquito y a picar algo. Hace ya algunos años que tengo siempre preparado un atillo como este para la espera. (Se sientan en el banco y la anciana comienza a sacar algunas viandas, que ofrece al bombero) Come hijo, en las grandes ocasiones hay que tener el estómago lleno.
- BOMBERO. Muchas gracias, pero he comido hace un rato. Quiere explicarme de una vez de que va todo esto.
- ANCIANA. Como te dije, a ciertas edades una se va preparando para esto. Cuando se es joven y saludable, así como tú, todos nos creemos Dioses. (Bajando la voz en tono confidencial) A ti, lo que te pasa, es que no te lo esperabas. Te ha pillado por sorpresa.
- BOMBERO. Mire. Hace un momento yo estaba trabajando. Nos llamaron para sofocar un incendio. Cuando llegamos había unas llamas de más de tres metros. Mientras algunos compañeros empezaban a echar agua, yo y Luis, que es muy amigo mío, entramos en el edificio para rescatar a algunas personas atrapadas.
- ANCIANA. Yo estaba tan tranquilita, echándome una siesta. Así, sin más.
- BOMBERO. (Levantándose y emocionándose con el relato) Como le decía, logramos salvar a unos niños del segundo piso. Las llamas estaban en el tercero. Luego alguien dijo que había gente en el cuarto. Atravesamos las llamas y nos plantamos allí entre una densa masa de humo negro.
- ANCIANA. Yo también vivo en un cuarto. Es una casa antigua, pero a mí me gusta. He vivido allí toda mi vida. Setenta y cuatro años.
- BOMBERO. Entonces…ya no me acuerdo de nada más.
- ANCIANA. No sé, debe de ser una sugestión. Pero yo también tengo metido en la nariz una cierto olor a chamuscado.
- BOMBERO. (Declamando) Calle de Potes veinticuatro.
- ANCIANA. (Exclamativa) Calle de Potes veinticuatro.
- BOMBERO. Sí, una dirección como otra cualquiera.
- ANCIANA. Como otra cualquiera no. Yo he vivido setenta y cuatro años en esa dirección.
- BOMBERO. No puede ser. Que coincidencia tan... (dudando) extraordinaria.
- ANCIANA. (Levantándose) Cuando llegas a mi edad sabes, a ciencia cierta, que las coincidencias no existen.
- BOMBERO. (Cabizbajo) Entonces…
- ANCIANA. Si, me temo que sí.
- BOMBERO. (Resignándose mientras se sienta) Así es la vida. De todas formas, me alegro de haberla conocido. Me cae usted bien.
- ANCIANA. Y dale con el "usted".
viernes, 16 de octubre de 2009
VIETNAM
Vietnam. Yo crecí con la guerra del Vietnam. Recuerdo perfectamente aquellos mapas del sudeste asiático en blanco y negro que nos mostraban los telediarios franquistas. Y Vietnam era una franja larga y sinuosa que bordeaba el mar de china y que ineluctablemente se dividía en dos. Vietnam del Norte y Vietnam del Sur. Oficialmente los del sur eran los buenos, por supuesto. A su lado también aparecían otros países míticos como Laos, Camboya, Birmania o Tailandia. Pero Vietnam era el referente. Ni siquiera Pol-Pot y su hiper-genocidio en Camboya pudo alterar ese lugar de privilegio.
Los americanos ayudaban a aquella pobre y buena gente de ojos rasgados a frenar la plaga del comunismo. Yo, por entonces, debía de padecer lo que algunos han llegado a acuñar como “el síndrome del piel roja” y secretamente, sin que nadie a mi alrededor lo sospechara, apoyaba a aquél “vietcong” invisible que se resistía a la mayor potencia militar del mundo. Seguramente estaba predestinado genéticamente, aunque todavía no lo supiera, a hacerme comunista y por ende comencé a odiar a los americanos. Este “pecadillo” de juventud, el comunismo, normalmente tiene una vigencia limitada y suele comenzar a curarse con unos buenos pantalones vaqueros. El otro, el del piel roja, no lo tengo todavía muy claro. Pero esa es otra historia.
Todo un pueblo en fraternal y secreta comunión osaba hacer frente a las mayores adversidades sin importarles el mayor de los sacrificios. El vietcong. Aquellos pequeños orientales, había que admitirlo, tenían un par de cojones. Y no solo los hombres. Mujeres y niños no dudaban en entregar su vida en aquella desigual lucha. Había en aquél pueblo un sentido trágico de la vida que no parecía tener nada que ver con nosotros. Por lo menos nos parecía muy alejado de nuestra mentalidad. Ni siquiera se parecía a aquel sentido extraño, de asunción impertérrita de la muerte, que algunos podíamos llegar a pensar que hacía gala el pueblo ruso desde Catalina la Grande hasta la batalla de Stalingrado. O eso es lo que habíamos imaginado.
Al lado de ambos pueblos, los americanos eran unos gallinas que se reinventaban a sí mismos, ignorantes de todo, para elevarse a la categoría de héroes solo por obligación. Luego las películas del “Vietnam” vinieron a confirmar todo aquello. Era sencillamente asqueroso ver como en nombre de la libertad se exterminaba a todo un pueblo sin el más mínimo rubor. Ni siquiera algunos títulos memorables de la cinematografía contemporánea, rebosantes de arte y autocrítica, pudieron hacerme cambiar de parecer. El Vietcong era una fuerza subterránea capaz de tumbar y hacer parecer patéticos a los mejores héroes de Hollywood. Una fuerza que debía contener algo más que sentimientos primarios de rabia o resistencia. Algo superior que no tenía nada que ver con la raza, la religión o la política.
La decepción también vino después. Y también nos la mostró profusamente el cine americano. Aquello no era más que un sentimiento indescriptible de autodefensa, de autoconservación, de conciencia grupal, de apego al terruño, que ya en el siglo diecinueve se había acuñado con el nombre de nacionalismo. Amor a la patria y rechazo a la invasión. Identidad. ¡Que pena! Entonces dejé de simpatizar con el vietcong. Y con todos los grupos humanos organizados territorialmente. Y fue por una razón muy sencilla. La exclusión sistemática del extranjero y su rechazo, me excluía a mí de casi todo el mundo, o de todos los grupos humanos conocidos. Y encima yo no creía sentir nada igual por mi tierra. Era un desarraigado. Una miseria humana que no tenía raíces en ninguna parte. Una víctima del desarrollismo y de la frustración de cuarenta años de fascismo.
Entonces llegó el pelotazo para terminar de poner todo en su sitio. El desencanto que algunos llamaron. Otros nunca lo estuvimos ya que vimos el percal desde el principio. El que tenía padrino se bautizaba. Igual con Franco que en democracia. La aristocracia y la burguesía se descojonaban de las ansias de libertad de un pueblo eyaculador precoz, que creía llegar al orgasmo cada cuatro años. Pero en el fondo todo seguía igual. El famoso cambio se quedó en cambiazo. Nos dieron el cambiazo y la mayoría ni se enteró. Ahora podías decir lo que quisieras. Nadie te iba a escuchar.
Pero la última vuelta de tuerca todavía estaba por llegar. Aquí no había un vietcong que luchara por unos ideales, que incluyera en la moral social el cumplimiento mínimo de los principios básicos de igualdad de oportunidades. Los hijos de los vencedores llegaron de nuevo al poder y creyeron que podía resucitar al generalísimo sin que nos enteráramos. Los telediarios volvieron a ser en blanco y negro. De Vietnam pasamos a Irak. Ahora ya no había orientales en la pequeña pantalla. Ahora estaba llena de musulmanes.
Todos sabíamos que lo de las cruzadas había acabado muy mal. Que aquél no era el camino. Luego vino la revolución científica e industrial y el Islam desapareció del mapa. Sencillamente, no existía. Hasta que llegaron los petrodólares. Al principio jugaron a ser capitalistas. Luego, hartos de sí mismos, volvieron a sus raíces. A donde las había dejado. Al siglo XVI. E incorporaron tecnología occidental. Una pena de mundo. Retrocedíamos en el tiempo a golpes de seguridad. A cambio de libertad. Coartada perfecta para todo el pseudo-fascismo de nuevo cuño.
Pero ahora no había un vietcong. Ahora no podías simpatizar con ellos. Ahora, con la globalización, te traían la guerra a casa y hacían saltar trenes por los aires. Precisamente aquellos trenes que tenías que coger todos los días para ir a trabajar. Para ir a tu trabajo de mierda que te permitía tener un nivel de vida envidiado por más de medio mundo. Pero ahora no podías simpatizar con ellos. No podías simpatizar con los asesinos de tu vecina. De la señora de la limpieza. De la hija del tendero. ¿Qué podía hacer yo? Me había curado de mi “síndrome del piel roja” o sencillamente me había hecho mayor. Había madurado. Sería posible que los niños de ahora pudieran jugar a ser quintacolumnistas y simpatizaran con semejantes asesinos. O lo que era peor ¿Se harían todos nazis? Estábamos en el prólogo de un nueva guerra de civilizaciones.
No lo sé. Intenté despertar pero todo fue inútil. Ya estaba despierto. No podía creer que viviéramos en un mundo tan infame. Tan ridículo. Tan mezquino. Pero era así era imposible negar la realidad. Estábamos, y estamos, de mierda hasta el cuello y nos seguimos empeñando en tragárnosla toda. Todita toda. En fin, con lo bonito que sale ahora Vietnam en las guías turísticas. Un país verde de contrastes naturales y gentes amables. Una paraíso para aquellos que se lo puedan pagar. A ver si el año que viene me llega el presupuesto.
Los americanos ayudaban a aquella pobre y buena gente de ojos rasgados a frenar la plaga del comunismo. Yo, por entonces, debía de padecer lo que algunos han llegado a acuñar como “el síndrome del piel roja” y secretamente, sin que nadie a mi alrededor lo sospechara, apoyaba a aquél “vietcong” invisible que se resistía a la mayor potencia militar del mundo. Seguramente estaba predestinado genéticamente, aunque todavía no lo supiera, a hacerme comunista y por ende comencé a odiar a los americanos. Este “pecadillo” de juventud, el comunismo, normalmente tiene una vigencia limitada y suele comenzar a curarse con unos buenos pantalones vaqueros. El otro, el del piel roja, no lo tengo todavía muy claro. Pero esa es otra historia.
Todo un pueblo en fraternal y secreta comunión osaba hacer frente a las mayores adversidades sin importarles el mayor de los sacrificios. El vietcong. Aquellos pequeños orientales, había que admitirlo, tenían un par de cojones. Y no solo los hombres. Mujeres y niños no dudaban en entregar su vida en aquella desigual lucha. Había en aquél pueblo un sentido trágico de la vida que no parecía tener nada que ver con nosotros. Por lo menos nos parecía muy alejado de nuestra mentalidad. Ni siquiera se parecía a aquel sentido extraño, de asunción impertérrita de la muerte, que algunos podíamos llegar a pensar que hacía gala el pueblo ruso desde Catalina la Grande hasta la batalla de Stalingrado. O eso es lo que habíamos imaginado.
Al lado de ambos pueblos, los americanos eran unos gallinas que se reinventaban a sí mismos, ignorantes de todo, para elevarse a la categoría de héroes solo por obligación. Luego las películas del “Vietnam” vinieron a confirmar todo aquello. Era sencillamente asqueroso ver como en nombre de la libertad se exterminaba a todo un pueblo sin el más mínimo rubor. Ni siquiera algunos títulos memorables de la cinematografía contemporánea, rebosantes de arte y autocrítica, pudieron hacerme cambiar de parecer. El Vietcong era una fuerza subterránea capaz de tumbar y hacer parecer patéticos a los mejores héroes de Hollywood. Una fuerza que debía contener algo más que sentimientos primarios de rabia o resistencia. Algo superior que no tenía nada que ver con la raza, la religión o la política.
La decepción también vino después. Y también nos la mostró profusamente el cine americano. Aquello no era más que un sentimiento indescriptible de autodefensa, de autoconservación, de conciencia grupal, de apego al terruño, que ya en el siglo diecinueve se había acuñado con el nombre de nacionalismo. Amor a la patria y rechazo a la invasión. Identidad. ¡Que pena! Entonces dejé de simpatizar con el vietcong. Y con todos los grupos humanos organizados territorialmente. Y fue por una razón muy sencilla. La exclusión sistemática del extranjero y su rechazo, me excluía a mí de casi todo el mundo, o de todos los grupos humanos conocidos. Y encima yo no creía sentir nada igual por mi tierra. Era un desarraigado. Una miseria humana que no tenía raíces en ninguna parte. Una víctima del desarrollismo y de la frustración de cuarenta años de fascismo.
Entonces llegó el pelotazo para terminar de poner todo en su sitio. El desencanto que algunos llamaron. Otros nunca lo estuvimos ya que vimos el percal desde el principio. El que tenía padrino se bautizaba. Igual con Franco que en democracia. La aristocracia y la burguesía se descojonaban de las ansias de libertad de un pueblo eyaculador precoz, que creía llegar al orgasmo cada cuatro años. Pero en el fondo todo seguía igual. El famoso cambio se quedó en cambiazo. Nos dieron el cambiazo y la mayoría ni se enteró. Ahora podías decir lo que quisieras. Nadie te iba a escuchar.
Pero la última vuelta de tuerca todavía estaba por llegar. Aquí no había un vietcong que luchara por unos ideales, que incluyera en la moral social el cumplimiento mínimo de los principios básicos de igualdad de oportunidades. Los hijos de los vencedores llegaron de nuevo al poder y creyeron que podía resucitar al generalísimo sin que nos enteráramos. Los telediarios volvieron a ser en blanco y negro. De Vietnam pasamos a Irak. Ahora ya no había orientales en la pequeña pantalla. Ahora estaba llena de musulmanes.
Todos sabíamos que lo de las cruzadas había acabado muy mal. Que aquél no era el camino. Luego vino la revolución científica e industrial y el Islam desapareció del mapa. Sencillamente, no existía. Hasta que llegaron los petrodólares. Al principio jugaron a ser capitalistas. Luego, hartos de sí mismos, volvieron a sus raíces. A donde las había dejado. Al siglo XVI. E incorporaron tecnología occidental. Una pena de mundo. Retrocedíamos en el tiempo a golpes de seguridad. A cambio de libertad. Coartada perfecta para todo el pseudo-fascismo de nuevo cuño.
Pero ahora no había un vietcong. Ahora no podías simpatizar con ellos. Ahora, con la globalización, te traían la guerra a casa y hacían saltar trenes por los aires. Precisamente aquellos trenes que tenías que coger todos los días para ir a trabajar. Para ir a tu trabajo de mierda que te permitía tener un nivel de vida envidiado por más de medio mundo. Pero ahora no podías simpatizar con ellos. No podías simpatizar con los asesinos de tu vecina. De la señora de la limpieza. De la hija del tendero. ¿Qué podía hacer yo? Me había curado de mi “síndrome del piel roja” o sencillamente me había hecho mayor. Había madurado. Sería posible que los niños de ahora pudieran jugar a ser quintacolumnistas y simpatizaran con semejantes asesinos. O lo que era peor ¿Se harían todos nazis? Estábamos en el prólogo de un nueva guerra de civilizaciones.
No lo sé. Intenté despertar pero todo fue inútil. Ya estaba despierto. No podía creer que viviéramos en un mundo tan infame. Tan ridículo. Tan mezquino. Pero era así era imposible negar la realidad. Estábamos, y estamos, de mierda hasta el cuello y nos seguimos empeñando en tragárnosla toda. Todita toda. En fin, con lo bonito que sale ahora Vietnam en las guías turísticas. Un país verde de contrastes naturales y gentes amables. Una paraíso para aquellos que se lo puedan pagar. A ver si el año que viene me llega el presupuesto.
jueves, 15 de octubre de 2009
LA CLASE CORPORATIVA
En estos tiempos de crisis global nadie habla de uno de sus principales causantes: la clase corporativa. El concepto de clase social parece que ha ido cayendo en desuso desde su formulación marxiana debido a que no parece lo suficientemente flexible para acoplarse a realidades sociales complejas y cambiantes. Sin embargo en los manuales de estructura social comenzó hace unos años a emplearse el término clase corporativa para referirse a esa “nueva” clase social formada por aquellos elementos que sin ser dueños o propietarios de los medios de producción se han configurado como los nuevos detentadores del poder en un sistema capitalista ya plenamente hegemónico. En esta clase podríamos incluir a los ejecutivos de las empresas, altos funcionarios y políticos de diverso rango y condición. Su configuración varía de un país a otro, pero su presencia es ineluctable. Sus principales sustentos son un mundo globalizado, las sociedades - cada vez más- anónimas, una democracia –cada vez menos- representativa, un estado - como siempre – al servicio del poder y unos medios de comunicación que realmente han pasado a ejercer – no solo metafóricamente – de cuarto poder.
Como su nombre indica esta clase es corporativa no sólo porque se encargue de dirigir la corporación en que se ha convertido el estado moderno, sino porque corporativamente se protegen contra los agentes externos, aunque entre ellos simulen luchar por el poder. En un momento de cambio de modelo o de transición hacia la posmodernidad pareció que cualquiera podía formar parte de esta clase corporativa, entonces en formación. Últimamente se adivinan claros procesos de consolidación que, vía nepotismo, pueden hacer de esta nueva hornada de arribistas una clase hereditaria que intente perpetuarse a sí misma a cualquier precio.
El ejemplo más claro parece estar en la crisis financiera de estos últimos años. Los errores y aberraciones de una clase corporativa claramente incompetente no han hecho reflexionar a nadie sobre el estado interno del capitalismo, sino que pasados pocos meses vuelven a hacernos creer que las recetas que provocaron la crisis serán las mismas que nos saquen de ella. Y todo mientras que salvamos bancos y empresas con dinero público que los empresarios y banqueros utilizan en auto-adjudicarse multimillonarios bonus - más bien malus – sin ningún rubor. Y es que no podía ser de otra forma, debido a que unos y otros son los mismos. Los que gestionan lo público y lo privado son la misma clase corporativa que solo vela por sus intereses y no por el bien general de la sociedad. Cuando la tradicional separación de poderes de Montesquieu ha quedado en todo el mundo en agua de borrajas, probablemente habrá que mirar en otro sentido y propugnar la separación de intereses (públicos y privados) donde los gestores de uno y otro sean realmente responsables de sus acciones. El único problema es que, una vez descartado Dios, no hay ante quién rendir cuentas salvo ante la propia clase corporativa.
Como su nombre indica esta clase es corporativa no sólo porque se encargue de dirigir la corporación en que se ha convertido el estado moderno, sino porque corporativamente se protegen contra los agentes externos, aunque entre ellos simulen luchar por el poder. En un momento de cambio de modelo o de transición hacia la posmodernidad pareció que cualquiera podía formar parte de esta clase corporativa, entonces en formación. Últimamente se adivinan claros procesos de consolidación que, vía nepotismo, pueden hacer de esta nueva hornada de arribistas una clase hereditaria que intente perpetuarse a sí misma a cualquier precio.
El ejemplo más claro parece estar en la crisis financiera de estos últimos años. Los errores y aberraciones de una clase corporativa claramente incompetente no han hecho reflexionar a nadie sobre el estado interno del capitalismo, sino que pasados pocos meses vuelven a hacernos creer que las recetas que provocaron la crisis serán las mismas que nos saquen de ella. Y todo mientras que salvamos bancos y empresas con dinero público que los empresarios y banqueros utilizan en auto-adjudicarse multimillonarios bonus - más bien malus – sin ningún rubor. Y es que no podía ser de otra forma, debido a que unos y otros son los mismos. Los que gestionan lo público y lo privado son la misma clase corporativa que solo vela por sus intereses y no por el bien general de la sociedad. Cuando la tradicional separación de poderes de Montesquieu ha quedado en todo el mundo en agua de borrajas, probablemente habrá que mirar en otro sentido y propugnar la separación de intereses (públicos y privados) donde los gestores de uno y otro sean realmente responsables de sus acciones. El único problema es que, una vez descartado Dios, no hay ante quién rendir cuentas salvo ante la propia clase corporativa.
miércoles, 14 de octubre de 2009
TRILOGIA DE LOS DRAGONES
"La trilogía de los dragones" se compone de tres partes, que en realidad son cuatro. "El Dragón verde", "El Dragón Rojo I y II" y "El Dragón Blanco". Se trata de un espectáculo teatral total, donde conviven todas las técnicas que tienen cabida sobre un escenario. Su configuración aparentemente épica envuelve un gran sentido de lo poético y una clara apuesta por lo humano, en su sentido incluso multicultural. Oriente y occidente luchan por la vida en una obra compleja, pero decodificable perfectamente por un espectador que no es el mero adminículo, e indispensable, del hecho teatral.
"El Dragón verde" puede simbolizar el fin de la inocencia. Las niñas juegan con sus cajas de zapatos a hacer una calle de su barrio y adoptar diferentes personalidades. El transcurso del tiempo a veces es lineal, a veces reversible y otras simultáneo. Un hombre quiere poner una zapatería en una lavandería china. La repetición en varios idiomas nos introducen en un mundo ambivalente. La luz corta el espacio y focaliza los personajes. Hay que separar dos cadáveres de dos niñas ahogadas y unidas ahora por su pelo enredado. Los espacios sonoros marcan ritmos ajustados a realidades variables. El dragón crece y se hace fuerte. Los movimientos disimétricos conforman estados oníricos y/o opiáceos. El barco del recuerdo frente a la casa de los sueños. China y Canadá. La hija del barbero está embarazada. La sábana del destino frente al caprichoso azar. El chino gana a la embarazada en el juego. Final eufórico.
"El Dragón Rojo I" Toronto-Londres. 1940. ¿Una familia? El cine materializa a una geisha y a su capitán americano. Un tren son cuatro sillas que fusionan dos fábulas. A lo mejor por efectos del hachis. Reencuentro de dos amigas. Simultaneidad espacio-temporal. Dos desconocidas para siempre. La canción de Yukali. El parto se verifica en la realidad y en la ficción. Canada-China, La niña (no)china tiene meningitis. Japón-USA. Abandono. Desfile imposible. La guerra. Apoteosis final.
"El Dragón Rojo II" 6 de agosto de 1955. Décimo aniversario de la bomba de Hiroshima. El caos. Los personajes deambulan por el escenario. Un curso de mecanografía en un magnetófono. Orden y progreso. Dualidad alegría-desgracia. Diferencias de mentalidad ante la familia y la enfermedad. La china comunista. Mao expulsa a una monja histérica que deambula en bicicleta por la conciencia colectiva. Transformación en escena de la monja en niña meningítica. Desarraigo japonés. Embarazo de la amiga se yuxtapone al suicidio ante lo insoportable. Final disfórico.
"El Dragón Blanco". El futuro actual. Aeropuerto. Documental de un viejo yonki en un geriátrico. Ahora el chino y la japonesa no se entienden por el habla francés y ella habla inglés. ¡Esta vieja es un loro! La luz hace y deshace, crea y suprime. Lo viejo y lo nuevo. ¿Una galería de arte? Muere la niña meningítica que siempre vivió en un hospital. El viejo yonki del geriátrico, que antes tuvo una zapatería, se suicida. Principio y final. Eterno retorno . Final disfórico.
Una de las más grandes ovaciones que he visto en teatro. Los actores, espléndidos en todos los registros posibles, saludan a un público entregado. Fin de la crónica.
LA TRILOGÍA DE LOS DRAGONES
DE MARIE BRASSAARD, JEAN CASAAULT, LORRAINE CÔTE, MARIE GIGNAC, ROBERT LEPAGE Y MARIE MICHAUD.
DIRECCIÓN: ROBERT LEPAGE
INTERPRETES: Sylvie cantin,, jean antoine charest, simone chartrand, hugues frenette, tony guilfoyle, eric leblanc, verónica makdissi-warren y emily shelton
Musica en directo: jean sebastien côté.
COMPAÑÍA: EX MACHINA, CANADA
IDIOMAS: FRANCÉS, INGLES, CHINO Y JAPONÉS (CON SOBRETITULOS EN ESPAÑOL)
DURACIÓN: 5 HORAS 45 MINUTOS (CON TRES INTERMEDIOS INCLUIDOS)
ESTUDIOS EL ALAMO (MADRID) 24/10/03 FESTIVAL DE OTOÑO. 22 EUROS
"El Dragón verde" puede simbolizar el fin de la inocencia. Las niñas juegan con sus cajas de zapatos a hacer una calle de su barrio y adoptar diferentes personalidades. El transcurso del tiempo a veces es lineal, a veces reversible y otras simultáneo. Un hombre quiere poner una zapatería en una lavandería china. La repetición en varios idiomas nos introducen en un mundo ambivalente. La luz corta el espacio y focaliza los personajes. Hay que separar dos cadáveres de dos niñas ahogadas y unidas ahora por su pelo enredado. Los espacios sonoros marcan ritmos ajustados a realidades variables. El dragón crece y se hace fuerte. Los movimientos disimétricos conforman estados oníricos y/o opiáceos. El barco del recuerdo frente a la casa de los sueños. China y Canadá. La hija del barbero está embarazada. La sábana del destino frente al caprichoso azar. El chino gana a la embarazada en el juego. Final eufórico.
"El Dragón Rojo I" Toronto-Londres. 1940. ¿Una familia? El cine materializa a una geisha y a su capitán americano. Un tren son cuatro sillas que fusionan dos fábulas. A lo mejor por efectos del hachis. Reencuentro de dos amigas. Simultaneidad espacio-temporal. Dos desconocidas para siempre. La canción de Yukali. El parto se verifica en la realidad y en la ficción. Canada-China, La niña (no)china tiene meningitis. Japón-USA. Abandono. Desfile imposible. La guerra. Apoteosis final.
"El Dragón Rojo II" 6 de agosto de 1955. Décimo aniversario de la bomba de Hiroshima. El caos. Los personajes deambulan por el escenario. Un curso de mecanografía en un magnetófono. Orden y progreso. Dualidad alegría-desgracia. Diferencias de mentalidad ante la familia y la enfermedad. La china comunista. Mao expulsa a una monja histérica que deambula en bicicleta por la conciencia colectiva. Transformación en escena de la monja en niña meningítica. Desarraigo japonés. Embarazo de la amiga se yuxtapone al suicidio ante lo insoportable. Final disfórico.
"El Dragón Blanco". El futuro actual. Aeropuerto. Documental de un viejo yonki en un geriátrico. Ahora el chino y la japonesa no se entienden por el habla francés y ella habla inglés. ¡Esta vieja es un loro! La luz hace y deshace, crea y suprime. Lo viejo y lo nuevo. ¿Una galería de arte? Muere la niña meningítica que siempre vivió en un hospital. El viejo yonki del geriátrico, que antes tuvo una zapatería, se suicida. Principio y final. Eterno retorno . Final disfórico.
Una de las más grandes ovaciones que he visto en teatro. Los actores, espléndidos en todos los registros posibles, saludan a un público entregado. Fin de la crónica.
LA TRILOGÍA DE LOS DRAGONES
DE MARIE BRASSAARD, JEAN CASAAULT, LORRAINE CÔTE, MARIE GIGNAC, ROBERT LEPAGE Y MARIE MICHAUD.
DIRECCIÓN: ROBERT LEPAGE
INTERPRETES: Sylvie cantin,, jean antoine charest, simone chartrand, hugues frenette, tony guilfoyle, eric leblanc, verónica makdissi-warren y emily shelton
Musica en directo: jean sebastien côté.
COMPAÑÍA: EX MACHINA, CANADA
IDIOMAS: FRANCÉS, INGLES, CHINO Y JAPONÉS (CON SOBRETITULOS EN ESPAÑOL)
DURACIÓN: 5 HORAS 45 MINUTOS (CON TRES INTERMEDIOS INCLUIDOS)
ESTUDIOS EL ALAMO (MADRID) 24/10/03 FESTIVAL DE OTOÑO. 22 EUROS
martes, 13 de octubre de 2009
SONETO
Estuve anoche temblando de amor.
Sabes de sobra que me vuelves loco.
Estuve anoche soñando tu olor.
Siento que lo que me das no es poco.
He estado hoy sintiendo tu aliento,
y tu cuerpo, y tus pechos y tu sexo.
Ni te imaginas que es lo que siento,
embriagado en este intrincado plexo.
Lo que, mi amor, nunca podré saber
es lo que sientes tú al estremecerte
y si entre mis brazos puede caber.
El secreto de mi amor es tenerte,
y no sé si algo más ha de haber,
aunque a mi me sobra con lamerte.
Sabes de sobra que me vuelves loco.
Estuve anoche soñando tu olor.
Siento que lo que me das no es poco.
He estado hoy sintiendo tu aliento,
y tu cuerpo, y tus pechos y tu sexo.
Ni te imaginas que es lo que siento,
embriagado en este intrincado plexo.
Lo que, mi amor, nunca podré saber
es lo que sientes tú al estremecerte
y si entre mis brazos puede caber.
El secreto de mi amor es tenerte,
y no sé si algo más ha de haber,
aunque a mi me sobra con lamerte.
viernes, 9 de octubre de 2009
SUBVENCIONES PUNTO ES
Las subvenciones públicas son una forma muy común en el estado español (incluyendo todas las administraciones) de promocionar la cultura. La cultura ya sabemos que es esa cosa difusa. Todo el mundo habla de ella pero nadie sabe, a ciencia cierta, lo que es.
La Ley General de Subvenciones establece tres requisitos que debe de cumplir esta disposición dineraria a favor de terceros: 1) Que se entregue sin contraprestación directa de los interesados. 2) Que la entrega esté sujeta al cumplimiento de un determinado objetivo. 3) Que el objeto de la subvención sea el fomento de una actividad de utilidad pública o interés social o de promoción de una finalidad pública. PERFECTO.
El problema es que no hay ningún requisito más. Parecen pocos. Se puede subvencionar cualquier cosa que sea de interés social. Y lo peor es que como no implica una contraprestación directa (es decir, no se está pagando un trabajo, sino que se está fomentando una actividad), se subvencionan empresas con beneficios sin pedir nada a cambio y con el dinero de todos.
Pongamos un pequeño ejemplo para entendernos. Se monta una productora para realizar una película. Esta sociedad recibe una subvención (con el dinero de todos) de x importe para realizar esta actividad de interés social. Y ahí acaba el tema. Nadie se preocupa por saber si esta película obtuvo beneficios o no. Si la película obtiene beneficios de explotación lo que se produce realmente es que se están embolsando un beneficio extra a costa el erario público. Y esto mientras que muchos creadores e iniciativas no encuentran financiación para desarrollar sus proyectos. Evidentemente el reparto de estas subvenciones (año tras año, administración tras administración) siempre queda en el imaginario colectivo como un proceso dudoso, con claros ribetes de Nepotismo. Otra cosa es que estos mismos sujetos, y los que les dan cobertura, crean que como la sociedad española ya lo tiene asumido, pues no pasa nada. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Lo único que les salva es que nadie parece identificar (ni ellos mismos) estos tejemanejes con los grandes nombres de la cultura y el artisteo. Todos están en el ajo y todos son culpables. Y si no ¿por qué nadie lo denuncia? Pues porque todo el que puede trinca para sí.
O sea, que estamos dando un montón de pasta a esos gallitos de la cultura que se están forrando a nuestra costa, mientras que la mayoría de la gente no tiene acceso a los medios mínimos para desarrollar su actividad (cinematográfica, teatral, musical, etc.) Y claro, esos mismos polluelos son los que tanto cacarean que el mayor problema de la industria cultural es la piratería. No señores. El mayor problema de la industria cultural es que están acostumbrados a chupar del bote unos cuantos y a repartírselo con los coleguitas. Entiendo que es difícil de asumir que la democracia tiene que ser para todos, y no sólo para unos cuantos. Subvenciones para todos (los que las necesiten). De ahí emerge el talento.
La Ley General de Subvenciones establece tres requisitos que debe de cumplir esta disposición dineraria a favor de terceros: 1) Que se entregue sin contraprestación directa de los interesados. 2) Que la entrega esté sujeta al cumplimiento de un determinado objetivo. 3) Que el objeto de la subvención sea el fomento de una actividad de utilidad pública o interés social o de promoción de una finalidad pública. PERFECTO.
El problema es que no hay ningún requisito más. Parecen pocos. Se puede subvencionar cualquier cosa que sea de interés social. Y lo peor es que como no implica una contraprestación directa (es decir, no se está pagando un trabajo, sino que se está fomentando una actividad), se subvencionan empresas con beneficios sin pedir nada a cambio y con el dinero de todos.
Pongamos un pequeño ejemplo para entendernos. Se monta una productora para realizar una película. Esta sociedad recibe una subvención (con el dinero de todos) de x importe para realizar esta actividad de interés social. Y ahí acaba el tema. Nadie se preocupa por saber si esta película obtuvo beneficios o no. Si la película obtiene beneficios de explotación lo que se produce realmente es que se están embolsando un beneficio extra a costa el erario público. Y esto mientras que muchos creadores e iniciativas no encuentran financiación para desarrollar sus proyectos. Evidentemente el reparto de estas subvenciones (año tras año, administración tras administración) siempre queda en el imaginario colectivo como un proceso dudoso, con claros ribetes de Nepotismo. Otra cosa es que estos mismos sujetos, y los que les dan cobertura, crean que como la sociedad española ya lo tiene asumido, pues no pasa nada. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Lo único que les salva es que nadie parece identificar (ni ellos mismos) estos tejemanejes con los grandes nombres de la cultura y el artisteo. Todos están en el ajo y todos son culpables. Y si no ¿por qué nadie lo denuncia? Pues porque todo el que puede trinca para sí.
O sea, que estamos dando un montón de pasta a esos gallitos de la cultura que se están forrando a nuestra costa, mientras que la mayoría de la gente no tiene acceso a los medios mínimos para desarrollar su actividad (cinematográfica, teatral, musical, etc.) Y claro, esos mismos polluelos son los que tanto cacarean que el mayor problema de la industria cultural es la piratería. No señores. El mayor problema de la industria cultural es que están acostumbrados a chupar del bote unos cuantos y a repartírselo con los coleguitas. Entiendo que es difícil de asumir que la democracia tiene que ser para todos, y no sólo para unos cuantos. Subvenciones para todos (los que las necesiten). De ahí emerge el talento.
jueves, 8 de octubre de 2009
EL TRONO
Sala de entrenamiento de un club de boxeo de la periferia. Todo está un poco cochambroso, como venido a menos. Félix "Mamporro" Pérez, un boxeador que pasa de largo la treintena se ejercita con el saco.
- FÉLIX. ¡Vámos! ¡Fuerte! ¡Uno más! Este es el combate del año. Hay que ponerse en forma. Puños de acero. No voy a dejar de ese mamarracho ni los restos. ¡Toma! ¡Así! Uff. No debo de parar ni para respirar. ¡Otra! ¡Directo! ¡Gancho! (Jadeante) No puedo más.
Entra con un aire de mafioso trasnochado Juan Rey. Es el manager de Félix.
- REY. Así me gusta, campeón. Hay que entrenar fuerte.
- FÉLIX. Como se nota que tú no lo sufres.
- REY. Vamos tío. Esa moral debe de estar bien alta.
- FÉLIX. Moral alta, cuerpo en tensión.
- REY. Ese es mi lema (Pausa) Oye Félix, pasando a otra cosa. Sabes, hay noticias de la federación.
- FÉLIX. ¿Pasa algo?
- REY. No, no, no. ¡Que va! Pequeñas formalidades.
- FÉLIX. ¡Qué peligro!
- REY. Joder tío, parece que no confíes en mí. Después de tantos años representándote...
- FÉLIX. (Neutro) Mira donde estamos.
- REY. ¿Te parece mal lugar? ¿No te he llevado a ser el campeón inter-autonómico del peso ligero? ¿Crees que sin mí lo hubieras logrado?
- FÉLIX. No, si no me quejo. Lo que pasa es que...
- REY. Lo que pasa, lo que pasa, lo que pasa. Siempre te estás quejando en vez de hacer lo que tienes que hacer.
- FÉLIX. Vale, para el carro. Que son esas pequeñas formalidades.
- REY. Si, formalidades. El caso es que, parece ser, que el campeonato no va a poder celebrarse por ahora.
- FÉLIX. (Petrificado) ¿Qué?
- REY. Resulta, te cuento, que el campeón ha tenido un accidente. Además ha sido un accidente de lo más gilipollas. Al menda le ha pillado una bicicleta en la Casa de Campo cuando hacía foooting.
- FÉLIX. (Reaccionando) No me cuentes rollos. Al grano.
- REY. Pues eso, que ahora la federación tiene que nombrar un nuevo aspirante y todo ese rollo.
- FÉLIX: ¿Cuanto tiempo?
- REY. No sé. Estas cosas no son tan fáciles.
- FÉLIX. ¿Cuanto?
- REY. Como mucho un año.
- FÉLIX. (Desesperado) Un año. No me jodas. Un año. ¿Y que hago yo mientras tanto? Me apunto a un viaje del IMSERSO?
- REY. Ya estas dramatizando. Foreman fue campeón del mundo con más de cuarenta tacos.
- FÉLIX. (Muy serio) No puedo esperar.
- REY. Mientras, podemos buscarte un par de bolos. Te sacas algo de pasta y llegas a punto al campeonato.
- FÉLIX. Sabes de sobra que no puedo. He aplazado mi boda tres veces. Que si un combate no se donde. Que si un campeonato de no se qué. Si le digo a Doro que aplacemos otra vez la boda, me corta los huevos.
- REY. Entonces ¿Qué vas a hacer? (Con sorna) ¿Vas a poner una sección de caballeros en su peluquería? ¿O te vas a dedicar a lavarle la cabeza a su distinguida clientela? Sí, claro. La jet-set de Lavapiés.
- FÉLIX. Ya me buscaré la vida.
- REY. Mira, chaval. Las televisiones de pago se están metiendo otra vez en el negocio. Va a haber mucha pasta en esto. La fama, tío. Vas a ir por la calle y la gente te va a pedir autógrafos.
- FÉLIX. Ya ¿Y qué más?
- REY. Hasta te podrías sacar unas pelas con eso del cotilleo. En cuanto que seas famoso montamos un par de apaños con unas tías de esas...y a vivir por el morro.
- FÉLIX. Eso me suena.
- REY. ¿El qué?
- FÉLIX. El cuento de la lechera.
- REY. No es ningún cuento. Es la puta realidad. ¿Que son unos pocos meses cuando el éxito está a la vuelta de la esquina? (Haciendo un gesto gráfico) Félix "Mamporro" Pérez, campeón de Europa de los pesos ligeros.
- FÉLIX. (Soñando) Campeón de Europa de los pesos ligeros.
- REY. Estás en forma. Hay que continuar.
- FÉLIX. No puedo. Es imposible.
- REY. Con el Don King español a tu lado, nada es imposible. El rey. Como yo. Juan Rey. (Pausa) ¿Sabes una cosa? En mi partida de nacimiento figuro como Juan Carlos (Se descojona él solo) ...lo pillas...Juan Carlos Rey.
- FÉLIX. (Muy serio) Doro está embarazada.
- REY. (Cambiando de semblante) ¿Embara...qué?
- FÉLIX. Sí, que está embarazada. Le prometí que este sería mi último combate. Sabía que no llegaría nunca a campeón de Europa, pero me conformaba con retirarme siendo campeón de España.
- REY. Vaya mierda, tío. Me he pasado un montón de años preocupándome de ti, para que ahora me dejes en la estacada. Y todo por esa...
- FÉLIX. Quieto parao con lo que dices de ella. No te consiento...
- REY. Eres un ignorante. Andaba intentando pescarte desde que te echó el ojo la primera vez. Nunca ha querido que triunfases, que llegaras lejos. Quería amarrarte al faldón de la mesa camilla y darte de comer como si fueras su perrito.
- FÉLIX. (Explotando) No tienes ni puta idea de lo que es la vida. Te crees que puedes ir camelando siempre a todo el que se cruce en tu camino. ¿Y tú qué? ¿Qué clase de vida llevas? Promotor de pacotilla. Cuarenta años de carrera para llegar a la más absoluta indigencia. Todos tus amigos corren al verte como espantajos, para que no les saques los cuartos. No eres más que un...
- REY. (Abatido y cabizbajo) KO Técnico. Tiro la toalla. (Pausa) Espero que todo te vaya bien. De verdad. Te lo digo de corazón. Adiós (Se va lentamente)
- FÉLIX. Eh, king. (Rey gira la cabeza mientras se dirige a la salida) Sabes que en mi casa siempre habrá un lugar reservado para ti. (Rey asiente con la cabeza varias veces, sin mirarle).
En ese momento aparece Doro, la novia de Félix, por la puerta. Va muy arreglada.
- DORO. Hasta luego, Juan.
- REY. A sus pies señora. (Desaparece)
- DORO (A Félix) ¿Qué le pasa a este?
- FÉLIX. Nada, que nunca fue el rey.
Se besan brevemente y continuan charlando mientras una música en fuga da paso al OSCURO.
- FÉLIX. ¡Vámos! ¡Fuerte! ¡Uno más! Este es el combate del año. Hay que ponerse en forma. Puños de acero. No voy a dejar de ese mamarracho ni los restos. ¡Toma! ¡Así! Uff. No debo de parar ni para respirar. ¡Otra! ¡Directo! ¡Gancho! (Jadeante) No puedo más.
Entra con un aire de mafioso trasnochado Juan Rey. Es el manager de Félix.
- REY. Así me gusta, campeón. Hay que entrenar fuerte.
- FÉLIX. Como se nota que tú no lo sufres.
- REY. Vamos tío. Esa moral debe de estar bien alta.
- FÉLIX. Moral alta, cuerpo en tensión.
- REY. Ese es mi lema (Pausa) Oye Félix, pasando a otra cosa. Sabes, hay noticias de la federación.
- FÉLIX. ¿Pasa algo?
- REY. No, no, no. ¡Que va! Pequeñas formalidades.
- FÉLIX. ¡Qué peligro!
- REY. Joder tío, parece que no confíes en mí. Después de tantos años representándote...
- FÉLIX. (Neutro) Mira donde estamos.
- REY. ¿Te parece mal lugar? ¿No te he llevado a ser el campeón inter-autonómico del peso ligero? ¿Crees que sin mí lo hubieras logrado?
- FÉLIX. No, si no me quejo. Lo que pasa es que...
- REY. Lo que pasa, lo que pasa, lo que pasa. Siempre te estás quejando en vez de hacer lo que tienes que hacer.
- FÉLIX. Vale, para el carro. Que son esas pequeñas formalidades.
- REY. Si, formalidades. El caso es que, parece ser, que el campeonato no va a poder celebrarse por ahora.
- FÉLIX. (Petrificado) ¿Qué?
- REY. Resulta, te cuento, que el campeón ha tenido un accidente. Además ha sido un accidente de lo más gilipollas. Al menda le ha pillado una bicicleta en la Casa de Campo cuando hacía foooting.
- FÉLIX. (Reaccionando) No me cuentes rollos. Al grano.
- REY. Pues eso, que ahora la federación tiene que nombrar un nuevo aspirante y todo ese rollo.
- FÉLIX: ¿Cuanto tiempo?
- REY. No sé. Estas cosas no son tan fáciles.
- FÉLIX. ¿Cuanto?
- REY. Como mucho un año.
- FÉLIX. (Desesperado) Un año. No me jodas. Un año. ¿Y que hago yo mientras tanto? Me apunto a un viaje del IMSERSO?
- REY. Ya estas dramatizando. Foreman fue campeón del mundo con más de cuarenta tacos.
- FÉLIX. (Muy serio) No puedo esperar.
- REY. Mientras, podemos buscarte un par de bolos. Te sacas algo de pasta y llegas a punto al campeonato.
- FÉLIX. Sabes de sobra que no puedo. He aplazado mi boda tres veces. Que si un combate no se donde. Que si un campeonato de no se qué. Si le digo a Doro que aplacemos otra vez la boda, me corta los huevos.
- REY. Entonces ¿Qué vas a hacer? (Con sorna) ¿Vas a poner una sección de caballeros en su peluquería? ¿O te vas a dedicar a lavarle la cabeza a su distinguida clientela? Sí, claro. La jet-set de Lavapiés.
- FÉLIX. Ya me buscaré la vida.
- REY. Mira, chaval. Las televisiones de pago se están metiendo otra vez en el negocio. Va a haber mucha pasta en esto. La fama, tío. Vas a ir por la calle y la gente te va a pedir autógrafos.
- FÉLIX. Ya ¿Y qué más?
- REY. Hasta te podrías sacar unas pelas con eso del cotilleo. En cuanto que seas famoso montamos un par de apaños con unas tías de esas...y a vivir por el morro.
- FÉLIX. Eso me suena.
- REY. ¿El qué?
- FÉLIX. El cuento de la lechera.
- REY. No es ningún cuento. Es la puta realidad. ¿Que son unos pocos meses cuando el éxito está a la vuelta de la esquina? (Haciendo un gesto gráfico) Félix "Mamporro" Pérez, campeón de Europa de los pesos ligeros.
- FÉLIX. (Soñando) Campeón de Europa de los pesos ligeros.
- REY. Estás en forma. Hay que continuar.
- FÉLIX. No puedo. Es imposible.
- REY. Con el Don King español a tu lado, nada es imposible. El rey. Como yo. Juan Rey. (Pausa) ¿Sabes una cosa? En mi partida de nacimiento figuro como Juan Carlos (Se descojona él solo) ...lo pillas...Juan Carlos Rey.
- FÉLIX. (Muy serio) Doro está embarazada.
- REY. (Cambiando de semblante) ¿Embara...qué?
- FÉLIX. Sí, que está embarazada. Le prometí que este sería mi último combate. Sabía que no llegaría nunca a campeón de Europa, pero me conformaba con retirarme siendo campeón de España.
- REY. Vaya mierda, tío. Me he pasado un montón de años preocupándome de ti, para que ahora me dejes en la estacada. Y todo por esa...
- FÉLIX. Quieto parao con lo que dices de ella. No te consiento...
- REY. Eres un ignorante. Andaba intentando pescarte desde que te echó el ojo la primera vez. Nunca ha querido que triunfases, que llegaras lejos. Quería amarrarte al faldón de la mesa camilla y darte de comer como si fueras su perrito.
- FÉLIX. (Explotando) No tienes ni puta idea de lo que es la vida. Te crees que puedes ir camelando siempre a todo el que se cruce en tu camino. ¿Y tú qué? ¿Qué clase de vida llevas? Promotor de pacotilla. Cuarenta años de carrera para llegar a la más absoluta indigencia. Todos tus amigos corren al verte como espantajos, para que no les saques los cuartos. No eres más que un...
- REY. (Abatido y cabizbajo) KO Técnico. Tiro la toalla. (Pausa) Espero que todo te vaya bien. De verdad. Te lo digo de corazón. Adiós (Se va lentamente)
- FÉLIX. Eh, king. (Rey gira la cabeza mientras se dirige a la salida) Sabes que en mi casa siempre habrá un lugar reservado para ti. (Rey asiente con la cabeza varias veces, sin mirarle).
En ese momento aparece Doro, la novia de Félix, por la puerta. Va muy arreglada.
- DORO. Hasta luego, Juan.
- REY. A sus pies señora. (Desaparece)
- DORO (A Félix) ¿Qué le pasa a este?
- FÉLIX. Nada, que nunca fue el rey.
Se besan brevemente y continuan charlando mientras una música en fuga da paso al OSCURO.
viernes, 2 de octubre de 2009
VIAJAR (MICROESCENA TEATRAL)
B espera en una cafetería la llegada de A. Se está tomando un café con aire distraído. A llega impetuosamente y besa a B.
- A. ¿Qué tal? ¿Cómo estás?
- B. Bien, muy bien.
- A. ¡Sabes! Estoy alucinado. Cuanto más me meto en esto del viaje, más fascinante me parece.
- B. Eso está bien ¿no?
- A. Si, Si. Pero es que quedan tantas cosas por ver.
- B. Un viaje a Egipto lo han hecho ya miles de españoles.
- A. ¡Claro! Pero nosotros no. ¿Sabías que hay cuatro tipos de crucero diferentes por el Nilo? ¿Y las extensiones? De esas ni te cuento. Hugarda, Nacer, Petra...
- B. Libano, Israel, Iraq...
- A. ¡Qué graciosa! Aprovechando bien el tiempo podemos completar quince días de ensueño.
- B. ¿No me digas?
- A. He pensado que en El Cairo hay demasiada gente y, al fin y al cabo, no deja de ser una ciudad. Tenemos que potenciar toda la parte rural...
- A. ¡Joder, que ruido más desagradable! No soporto esas dichosas máquinas.
- B. Tendrán que trabajar ¿no?
- A. Si, tienen que trabajar y ganarse la vida. Pero si este puto bar está abierto debería dejas las obras para otras horas. Y si no, se cierra y ya está.
- B. Venga ¡No es para tanto!
- A. A lo mejor estoy exagerando. Pero es que estoy harto de que en todas partes, siempre, haya alguien jodiendo la pavana. En mi casa, en la oficina, tomando café, jodiendo. ¡Ya está bien!
- B. Relájate.
- A.. ¡Que me relaje! ¡Con este ruido! Venga, no me digas que objetivamente no es insoportable.
- A. (Pausa) Debe de ser una gozada estar en pleno crucero por el Nilo. Oyendo solamente el chapoteo del agua deslizándose por las fértiles orillas, los pájaros cantando, la inmensidad del desierto.
- B. La inmensidad.
- A. Las pirámides. Esas son las mayores maravillas construidas por el hombre. Guaridas del silencio y el descanso. Sus aristas cortan el aire en serena armonía...
- B. Armonía.
- A. Y de la cultura egipcia ¡ni te cuento! Varios milenios instalados en este fascinante lugar. Sin necesidad alguna de buscar otro. Si encontraron el paraíso ¿Para que iban a abandonarlo?...
- A. ¿Pero qué estás mirando? ¿No te interesa lo del viaje? ¡Estás como...ida!
- B. ¡Yo!
- A. Si, tú. Parece que me traspasaras con la mirada ¿Tienes algún problema?
- B. Ninguno.
- A. Ah, claro. Es que la señora es así. Misteriosa.
- B. ¿Cómo Egipto?
- A. Pues mira. Más o menos. Lo mismo tu mirada es capaz de traspasar los milenarios enigmas de los faraones. Probablemente tu ausencia sea propia de los pueblos históricos.
- B. No digas tonterías.
- A. Yo no digo tonterías. Tú no escuchas tonterías.
- B. Sabes que te estoy escuchando.
- A. Es que me desconciertas. Pierdo el hilo.
- B. Pues concéntrate.
- A. También hay varias posibilidades en cuanto al transporte. Hay trayectos intermedios que sería mejor...¡Ya estamos otra vez!
- B. Continúa.
- A. No puedo. Ese ruido se me mete en la mollera y no doy pie con bola. Ya no sé si estoy con los transportes, las extensiones o los hoteles. Se me va.
- B. Vuelve.
- A. Pero como voy a volver. Si encima no paras de mirar al puto currito que está haciendo todo ese ruido ¡Qué pasa! ¿Qué te gusta?
- B. No estoy mirando a nadie.
- A. No, claro. Es tu aire distraído de intelectual de los sesenta. Miras, pero no miras. El ruido suena, pero no lo oyes. ¿Puede ser quizá el motor del avión que nos llevará a Egipto?
- B. Quizá.
- A. Ahora no estamos en este antro tomando un café. Ni tenemos prisa para volver al trabajo. Sólo estoy descargando el estrés del camino hacia mis vacaciones. Mis fantásticas vacaciones en Egipto.
- B. Puede ser.
- A.. No me lo creo
- B. ¿Por qué?
- A. Porque todo esto es tan real
- B. Pero a mí me gustaría estar unos días en El Cairo. Debe de ser una ciudad fascinante.
- A. Eso es pura literatura. En la práctica es una megalópolis sucia y maloliente donde vamos a perder unos preciosos días. Sería mejor aprovecharlos en otras cosas.
- B. Estate quieto, que me estás poniendo nerviosa.
- A. ¿Yo?
- B. Sí, tú. Ese ruido no es para tanto.
- A. Ahora vas a pensar que soy un maniático. Que me altero por cualquier cosa. Pues no es así. El silencio debería ser un valor y no una excepción.
- B. Además, siempre me estás criticando ¡Qué si estoy ausente! ¡Qué donde miro!¡Qué en que pienso!
- A. De verdad que...no es falta de confianza. Es que este ruido...
- B. No hablo del ruido. Hablo de nosotros.
- A. Claro. Pero una relación sin interferencias es algo fundamental.
- B. Las interferencias son parte del mundo en que vivimos.
- A. Estoy totalmente de acuerdo.
- B. Ese pobre obrero, con su máquina de taladrar, ¿qué culpa tiene de que tú estés de mal humor?... Mira, te voy a contar algo. La otra noche soñé que escalaba un edificio. ¡Cómo si fuera Spiderman! Subía y subía sin ninguna duda. Sin ninguna traba que se interpusiera en mi camino. Hasta que coroné la cima, como si fuera King Kong en el Empire State. Pero una vez allí, arriba, me invadió una honda sensación de pavor, de terror, de...cagarme de miedo. Había que bajar de allí y no sabía cómo. Me era imposible encontrar la manera. Esta atrapada.y sin posibilidad de escapar. Menos mal que entonces me desperté.
Pausa larga. A se levanta bruscamente y sin mediar palabra le arroja un vaso de agua en la cara de B. Pausa.
-A. No me tome más el pelo, señora Kong.
A continuación se va airadamente sin volver la vista atrás, mientras que B queda petrificada y se hace el oscuro.
- A. ¿Qué tal? ¿Cómo estás?
- B. Bien, muy bien.
- A. ¡Sabes! Estoy alucinado. Cuanto más me meto en esto del viaje, más fascinante me parece.
- B. Eso está bien ¿no?
- A. Si, Si. Pero es que quedan tantas cosas por ver.
- B. Un viaje a Egipto lo han hecho ya miles de españoles.
- A. ¡Claro! Pero nosotros no. ¿Sabías que hay cuatro tipos de crucero diferentes por el Nilo? ¿Y las extensiones? De esas ni te cuento. Hugarda, Nacer, Petra...
- B. Libano, Israel, Iraq...
- A. ¡Qué graciosa! Aprovechando bien el tiempo podemos completar quince días de ensueño.
- B. ¿No me digas?
- A. He pensado que en El Cairo hay demasiada gente y, al fin y al cabo, no deja de ser una ciudad. Tenemos que potenciar toda la parte rural...
- A. ¡Joder, que ruido más desagradable! No soporto esas dichosas máquinas.
- B. Tendrán que trabajar ¿no?
- A. Si, tienen que trabajar y ganarse la vida. Pero si este puto bar está abierto debería dejas las obras para otras horas. Y si no, se cierra y ya está.
- B. Venga ¡No es para tanto!
- A. A lo mejor estoy exagerando. Pero es que estoy harto de que en todas partes, siempre, haya alguien jodiendo la pavana. En mi casa, en la oficina, tomando café, jodiendo. ¡Ya está bien!
- B. Relájate.
- A.. ¡Que me relaje! ¡Con este ruido! Venga, no me digas que objetivamente no es insoportable.
- A. (Pausa) Debe de ser una gozada estar en pleno crucero por el Nilo. Oyendo solamente el chapoteo del agua deslizándose por las fértiles orillas, los pájaros cantando, la inmensidad del desierto.
- B. La inmensidad.
- A. Las pirámides. Esas son las mayores maravillas construidas por el hombre. Guaridas del silencio y el descanso. Sus aristas cortan el aire en serena armonía...
- B. Armonía.
- A. Y de la cultura egipcia ¡ni te cuento! Varios milenios instalados en este fascinante lugar. Sin necesidad alguna de buscar otro. Si encontraron el paraíso ¿Para que iban a abandonarlo?...
- A. ¿Pero qué estás mirando? ¿No te interesa lo del viaje? ¡Estás como...ida!
- B. ¡Yo!
- A. Si, tú. Parece que me traspasaras con la mirada ¿Tienes algún problema?
- B. Ninguno.
- A. Ah, claro. Es que la señora es así. Misteriosa.
- B. ¿Cómo Egipto?
- A. Pues mira. Más o menos. Lo mismo tu mirada es capaz de traspasar los milenarios enigmas de los faraones. Probablemente tu ausencia sea propia de los pueblos históricos.
- B. No digas tonterías.
- A. Yo no digo tonterías. Tú no escuchas tonterías.
- B. Sabes que te estoy escuchando.
- A. Es que me desconciertas. Pierdo el hilo.
- B. Pues concéntrate.
- A. También hay varias posibilidades en cuanto al transporte. Hay trayectos intermedios que sería mejor...¡Ya estamos otra vez!
- B. Continúa.
- A. No puedo. Ese ruido se me mete en la mollera y no doy pie con bola. Ya no sé si estoy con los transportes, las extensiones o los hoteles. Se me va.
- B. Vuelve.
- A. Pero como voy a volver. Si encima no paras de mirar al puto currito que está haciendo todo ese ruido ¡Qué pasa! ¿Qué te gusta?
- B. No estoy mirando a nadie.
- A. No, claro. Es tu aire distraído de intelectual de los sesenta. Miras, pero no miras. El ruido suena, pero no lo oyes. ¿Puede ser quizá el motor del avión que nos llevará a Egipto?
- B. Quizá.
- A. Ahora no estamos en este antro tomando un café. Ni tenemos prisa para volver al trabajo. Sólo estoy descargando el estrés del camino hacia mis vacaciones. Mis fantásticas vacaciones en Egipto.
- B. Puede ser.
- A.. No me lo creo
- B. ¿Por qué?
- A. Porque todo esto es tan real
- B. Pero a mí me gustaría estar unos días en El Cairo. Debe de ser una ciudad fascinante.
- A. Eso es pura literatura. En la práctica es una megalópolis sucia y maloliente donde vamos a perder unos preciosos días. Sería mejor aprovecharlos en otras cosas.
- B. Estate quieto, que me estás poniendo nerviosa.
- A. ¿Yo?
- B. Sí, tú. Ese ruido no es para tanto.
- A. Ahora vas a pensar que soy un maniático. Que me altero por cualquier cosa. Pues no es así. El silencio debería ser un valor y no una excepción.
- B. Además, siempre me estás criticando ¡Qué si estoy ausente! ¡Qué donde miro!¡Qué en que pienso!
- A. De verdad que...no es falta de confianza. Es que este ruido...
- B. No hablo del ruido. Hablo de nosotros.
- A. Claro. Pero una relación sin interferencias es algo fundamental.
- B. Las interferencias son parte del mundo en que vivimos.
- A. Estoy totalmente de acuerdo.
- B. Ese pobre obrero, con su máquina de taladrar, ¿qué culpa tiene de que tú estés de mal humor?... Mira, te voy a contar algo. La otra noche soñé que escalaba un edificio. ¡Cómo si fuera Spiderman! Subía y subía sin ninguna duda. Sin ninguna traba que se interpusiera en mi camino. Hasta que coroné la cima, como si fuera King Kong en el Empire State. Pero una vez allí, arriba, me invadió una honda sensación de pavor, de terror, de...cagarme de miedo. Había que bajar de allí y no sabía cómo. Me era imposible encontrar la manera. Esta atrapada.y sin posibilidad de escapar. Menos mal que entonces me desperté.
Pausa larga. A se levanta bruscamente y sin mediar palabra le arroja un vaso de agua en la cara de B. Pausa.
-A. No me tome más el pelo, señora Kong.
A continuación se va airadamente sin volver la vista atrás, mientras que B queda petrificada y se hace el oscuro.
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