jueves, 5 de abril de 2007
ROJO SOBRE FONDO NEGRO
Sería una obviedad decir que me pesaban los zapatos como si fueran ladrillos. Pero era verdad. Estaba totalmente exhausto mientras que vagaba buscando mi camino en medio de aquella fría y desapacible noche. No tenía ni siquiera conciencia de que estuviera perdido. Simplemente deambulaba por las calles sin rumbo fijo. No sabía si había perdido la memoria, si realmente no tenía adonde ir, o simplemente no me importaba. Un muro detuvo mis pasos. Cerró mi camino. Se alzó ante mí como una barrera que me obligaba a plantearme todas estas cuestiones. Y la verdad es que no me apetecía nada. Miré largamente aquella atalaya de ladrillos rojizos sin encontrar una vía en mi pensamiento que me llevara a una mínima lógica argumental. Sólo existíamos aquél muro y yo. No sabía si alguien lo había puesto allí con algún propósito o simplemente me lo había encontrado. Me parecía todo aquello un enigma irresoluble cuando atisbe un objeto que me llamó la atención. Seguramente el color de aquél objeto el que fijó mi atención. También era rojo. Como el muro. Pero estaba fuera de el. El resto era negruzco, como una película en blanco y negro. Apartado de la inmensidad del muro me subyugó. Me acerqué lentamente mientras sus contornos iban tomando forma. Una forma de zapato. De zapato de mujer. Un zapato rojo de mujer. Un zapato de tacón rojo de mujer. Un zapato rojo de tacón de mujer fatal. Un rojo zapato de tacón de aguja de mujer fatal. Sólo uno. En medio de la negra inmensidad de la noche. Frente a aquel monstruoso muro de ladrillo rojizo. Lo tomé en mis manos. Lo acaricié suavemente. Estaba mojado. Mis manos resbalaban por sus lomos de piel con una cadencia casi musical. Su fino y largo tacón se erguía en uno de sus extremos como el pináculo gótico de una catedral fantástica. Lo apreté más, fuertemente, entre mis manos. Y no pude contenerme. Lo lancé con todas mis fuerzas y atravesó volando la insuperable altura del muro. De aquél muro rojizo compuesto por centenares de ladrillos siameses. De ladrillos colocados unos a lado de los otros sin posibilidad alguna de variación o cambio. Era justamente el muro de ladrillo que me separaba del zapato rojo de mis sueños.
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