viernes, 6 de julio de 2007

¡QUE IGNORANCIA!

Aguas cristalinas. Prístinas. Color azul-turquesa. Arena dorada. Grano fino. Ausencia de tumbonas y chiringuitos. Treinta grados centígrados de temperatura. Cuerpos desnudos. Un paraíso. ¡Un momento! Algo pasa. Hay un grupo de gente al borde del mar. No sé lo que puede ocurrir. Me acerco despacio. Curioso. Y lo que descubro no me lo puedo creer. Esta gente está dando de comer pan a los peces con sus propias manos. Para ellos es algo muy divertido. Los habitantes del mar acuden a hacerles cosquillas en las manos para obtener fácilmente su sustento. Fundido en negro. Mismo lugar. Misma situación. Siento que ha pasado el tiempo. Mi pene se ha arrugado, mis huevos se han descolgado, mi pelo se ha vuelto blanco y mi barriga ha crecido. Hay un grupo de gente al borde del mar. No sé lo que puede ocurrir. Me acerco despacio. Curioso. Y lo que descubro no me lo puedo creer. Todos rodean el cuerpo de un rosáceo turista que ha sido parcialmente devorado. Todo está lleno de sangre y parte de su cuerpo está desmembrada. Han sido los peces, oigo decir. Malditos peces asesinos. Cuando los peces engordaron lo suficiente, y aquél pan no fue bastante para alimentarse, se volvieron carnívoros y empezaron a atacar a los humanos. Parece mentira que ese estúpido bañista no supiera que está prohibido bañarse en el mar desde hace más de veinte años. ¡Qué ignorancia!

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