Decía que no daba pie con bola. Que no había manera. Que aquello ya no era normal. También mascullaba entre dientes que estaba hasta ahí mismo. Y hasta un poco más lejos. Su perfil de cascarrabias iba incorporando nuevos elementos paulatinamente. Aquellas manías. Su insufrible carácter. Esa especie de enfado permanente con el mundo entero. La aleatoria mala leche. Agriábase a pasos agigantados y no parecía hacer nada por remediarlo. Todo eran pequeñas molestias que le impedían estar a gusto consigo mismo y con el resto del universo. Cuando no era uno, era otro. Cuando no una cosa, la otra. Cuando no esto, aquello.
Un día al abrir los ojos vio todo de una manera distinta. El mundo, es verdad, está incuestionablemente lleno de mierda. Pero tampoco hay que regodearse en ella. Habría que ir limpiando poco a poco algunos pequeños lugares donde sentirse lejos de la inmundicia. Donde poder establecer, razonablemente, espacios de libertad y sosiego. Lugares y no-lugares a los que poder acceder sin restricciones mentales, en los que pudiera dejar las armas cargadas sin sentirse desnudo. Donde poder hacer nudismo sin tener que llevar colgado el cinturón con el revolver. Donde los viejos cowboys pudieran descansar sin temer un tiro por la espalda. De todas maneras el cielo ya sabemos que no existe. Y si existiera, preferiría el infierno. Cuestión de principios.
martes, 3 de julio de 2007
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