El color es una impresión física. En nuestro idioma ya denota una cierta dependencia del rojo. Colorado es rojo o bermejo. Es el color que marca la diferencia con aquello que no lo tiene, con el blanco y el negro. El rojo es la pasión y la sangre. La calidez. La vida. Aunque también es lo diferente. De ahí algunos refranes que previenen contra los pelirrojos, que no son de fiar. Pero los colores son muchos más. Su percepción por la retina humana lo hace un campo universal, y para muchos prueba de la unidad psíquica de la humanidad. Otra cosa son sus asociaciones, denominaciones y usos. Usos, principalmente, simbólicos. Usos referenciales diversos para formas de ver el mundo diversas.
La diversidad de colores con que percibimos el mundo choca, muchas veces, con ciertas fuerzas que tienden a uniformarlo. A globalizarlo. Cargar de sentido los colores remite a la ortodoxia y a la imposición. Frente a esto, el colorido múltiple fue adoptado en occidente por la contracultura y por los hippies y, después, por ecologistas u homosexuales. El individualismo también se desentiende de un color concreto para proclamar su derecho a la diferencia, a no ser encasillado en ningún color. Frente a la dictadura del color, de un solo color, está la libertad de todos los colores.
El color marca diferencias, tendencias y perspectivas. Cada color puede servir para cualquier cosa. Pero no hay que olvidar que el color se halla siempre inscrito en un contexto. Un contexto de color. Descontextualizarlo y mezclarlo puede ser una buena opción. No tengo ninguna duda.
miércoles, 16 de mayo de 2007
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