Me gustan las palabrejas. Esas palabras raras, no desgastadas por el uso y el abuso. Las grandes palabras que expresan, o intentan expresar, todo lo mejor de la humanidad están totalmente huecas. Roídas. No significan nada. Han perdido todo su significado. Se han desgastado de tanto usarlas. De tanto usarlas en vano. De usarlas al tun-tun. De usarlas para engañar. Para justificar lo injustificable. Para rellenar discursos insustanciales y vacíos. De usarlas para mentir y engañar. De tantas frustraciones que produce su repetición mecánica.
Melifluo quiere decir excesivamente suave, dulce o delicado. Los excesos se pagan. Y por ello todo lo melifluo tiene un precio. Un precio considerable. Un valor añadido. Ya sea por empalagoso, aterciopelado o frágil. Necesita de poca cantidad porque la cualidad la tiene en exceso. Si a esto añadimos su escasez tenemos ya configurado el perfil ideal de lo más apreciado. De lo más deseado. De lo más anhelado. De aquello que, con una buena promoción, todo el mundo pierde la cabeza por alcanzar.
Todas esas palabras tan gastadas no son melifluas. Les falta el exceso. Expresan cosas inabarcables, por lo que casi han dejado de existir. Posiblemente cuando caigan en desuso puedan comenzar a significar algo. Algo pequeñito. Tan pequeñito que vuelvan a ser excesivas. Y así su misma escasez deje de convertirlas en insignificantes y las convierta en melifluas.
martes, 12 de junio de 2007
Suscribirse a:
Entradas (Atom)